Francisco: los mandamientos no son una obligación, sino una liberación

Francisco: los mandamientos no son una obligación, sino una liberación

Durante la Audiencia general, el Papa prosiguió un ciclo de catequesis sobre el decálogo: quien parte de sí mismo llega a sí mismo, pero Dios nos ha liberado «del egoísmo, del pecado, de las cadenas de la esclavitud»

«¿Cómo puede un joven desear ser cristiano, si comenzamos con obligaciones, compromisos, coherencias y no con la liberación? Ser cristiano es un camino de liberación, los mandamientos te liberan del propio egoísmo y te liberan porque es el amor de Dios lo que te saca adelante». Prosiguiendo con su ciclo de catequesis dedicado a los diez mandamientos, el Papa Francisco invitó a los fieles que estaban en la Plaza San Pedro a hacer un «ejercicio de memoria», con el objetivo de recordar «¡cuántas cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros!». Y exhortó a quienes al verse dentro solamente encuentran «sentido del deber, una espiritualidad de siervos y no de hijos», a pedirle a Dios ser «liberados del egoísmo, del pecado, de las cadenas de la esclavitud». 

  

«Seguimos hablando sobre los mandamientos, que, como hemos dicho, más que mandamientos son las palabras de Dios a su pueblo, para que camine bien. Palabras amorosas de un Padre», comenzó el Papa, para después indicar que «las diez Palabras comienzan así: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de la tierra de Egipto, de la condición servil”. Este comienzo parecería ajeno a las leyes verdaderas que siguen. Pero no es así. ¿Por qué esta proclamación que Dios hace de sí mismo y de la liberación? Porque se llega al Monte Sinaí después de haber atravesado el Mar Rojo: el Dios de Israel primero salva, después pide confianza», explicó el Pontífice argentino, citando implícitamente un texto de la tradición rabínica. «El Decálogo comienza con la generosidad de Dios. Dios nunca pide sin haber dado antes. Primero salva, da; después pide: así es nuestro Padre. Y comprendemos la importancia de la primera declaración: “Yo soy el Señor, tu Dios”. Hay un posesivo, una relación, se pertenece. Dios no es un extraño: es tu Dios. Esto ilumina el Decálogo y revela también el secreto de la acción cristiana, porque es la misma actitud de Jesús que dice: “Como el Padre me ha amado a mí, así los he amado a ustedes”». 

  

«A menudo –prosiguió el Papa– nuestras obras fracasan porque partimos de nosotros mismos y no de la gratitud. Y quien parte de sí mismo… ¿a dónde llega? ¡Llega a sí mismo! Es incapaz de hacer camino, vuelve hacia sí: es precisamente esa actitud egoísta que la gente bromeando dice: “Esa persona es un yo mi me conmigo”, sale de sí mismo y vuelve a sí». 

  

La vida cristiana, prosiguió Francisco, «es antes que nada la respuesta grata a un Padre generoso. Los cristianos que siguen solo “deberes” denuncian que no tienen una experiencia personal de ese Dios que es “nuestro”. Yo tengo que hacer esto… solo deber: ¡pero te falta algo. ¿Cuál es el fundamento de este deber? “¿Hay que hacerlo así?” ¡No! El amor de Dios Padre, que primero da, luego manda. Poner la ley antes de la relación no ayuda el camino de fe. ¿Cómo puede un joven desear ser cristiano, si comenzamos con obligaciones, compromisos, coherencias y no con la liberación? Ser cristiano es un camino de liberación, los mandamientos te liberan del propio egoísmo y te liberan porque es el amor de Dios lo que te saca adelante. La formación cristiana no se basa en la fuerza de voluntad, sino en la acogida y en la salvación, en el dejarse amar: primero el Mar Rojo, luego el Monte Sinaí. Primero la salvación (Dios salva a su pueblo en el Mar Rojo) y después en el Sinaí le dice qué hacer: pero ese pueblo sabe que estas cosas las hace porque ha sido salvado por un Padre que lo ama». 

  

Y después está el agradecimiento, «la gratitud», que es «un rasgo característico del corazón visitado por el Espíritu Santo», explicó el Papa. Por ello, es importante recordar: «¡cuántas cosas bellas ha hecho Dios por cada uno de nosotros! ¡Cuán generoso es nuestro Padre celeste!». Pero también puede suceder que alguien sienta que no ha tenido una verdadera experiencia de la liberación de Dios: «esto puede suceder», y por ello preguntó: «¿qué hacer en este caso? Lo que hizo el pueblo elegido», según el libro del Éxodo: «Los Israelitas gimieron por su esclavitud, elevaron gritos de quejas y su grito de la esclavitud subió a Dios. Dios escuchó su lamento, Dios se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Dios vio la condición de los Israelitas» y se ocupó de ellos.  

 

Por lo tanto, si «nosotros no nos salvamos solos, pero de nosotros puede salir un grito de ayuda: “Señor, sálvame, enséñame tu camino, acaríciame, dame un poco de alegría”. Este es un grito que pide ayuda, esto nos toca a nosotros: pedir ser liberados (del egoísmo, del pecado, de las cadenas de la esclavitud). Este grito es importante, es oración, es conciencia de lo que todavía hay de oprimido y no liberado en nosotros. Hay muchas cosas no liberadas en nuestra alma: sálvame, ayúdame, libérame. Esta es una bella oración al Señor. Dios espera este grito, porque puede y quiere romper nuestras cadenas. Dios –concluyó el Papa– no nos ha llamado a la vida para que permanezcamos oprimidos, sino para ser libres y vivir en la gratitud, obedeciendo con alegría a Aquel que nos ha bendecido por todo lo que ha hecho, hace y hará en nosotros». 

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