Filipinas; Duterte y la Iglesia hacia el choque total

Filipinas; Duterte y la Iglesia hacia el choque total

Sube el tono entre el presidente y los obispos. Y también la novena navideña se convierte en obstáculo y signo de una distancia que difícilmente se reducirá

¿Por quién doblan las campanas? Cada quien tiene la suya y la percute con fuerza. La confrontación entre los obispos filipinos y el presidente Rodrigo Duterte no se calma en vista de la Navidad. Es más, el tono sube, pues incluso un evento que habría podido representar un paso hacia la reconciliación (la histórica devolución de las campanas de Balangiga, un trofeo de guerra que el ejército estadounidense se apropió hace un siglo) se convirtió en un motivo de discordia. El personal presidencial le pidió a los obispos que dejaran el palco cuando llegó Duterte para dirigirse a la multitud. Una falta de cortesía institucional que no ayuda a calmar los ánimos.

 

Después, unas pocas frases pronunciadas por el cardenal Antonio Tagle, durante la homilía de la misa por la novena de Navidad, desencadenan nuevas polémicas: «No sean prepotentes. No usen su poder para volverse descorteses. No lo utilicen para acusar falsamente. Si se encuentran en una posición de poder, esta no les da el derecho para destruir o humillar a los demás. Los que hacen esto son individuos miedosos e inseguros», afirmó.

 

El arzobispo de Manila se dirigió a los fieles durante la concurrida “Misa del gallo” (misa del alba) en la Catedral, una celebración matutina que tienen suma importancia para los fieles de Manila. Su alusión a los “prepotentes” fue interpretada inmediatamente como el último de los mensajes, velados o explícitos, del episcopado. Mensajes que representan un abismo entre el presidente Duterte y la Iglesia católica.

 

La actual fractura entre el poder político y las autoridades religiosas no tiene antecedentes. Muchos proponen una comparación con el periodo del régimen de Ferdinando Marcos, cuando el entonces cardenal de Manila, Jaime Sin, fue uno de los directores, a nivel espiritual y de llamado a las conciencias, de la revolución no violenta que llevó a la instauración de la democracia en el archipiélago. Para algunos, esta comparación es adecuada, pero esto significaría considerar a Duterte un tirano, en lugar de un legítimo representante del pueblo.

 

En los últimos tiempos, el presidente no ha perdido ocasión para atacar a los obispos, a quienes tildó de «inútiles». Incluso llegó a invitar a los ciudadanos a que los mataran. La réplica no se hizo esperar: «Los ataques son una cortina de humo para ocultar las acciones nefastas y el malgobierno de su ejecutivo», dijo el obispo auxiliar de Manila, Broderick Pabillo. El obispo Arturo Bastes de Sorsogon exhortó a los fieles a «ignorar las estúpidas observaciones» del presidente, mientras Ruperto Santos, obispo de Balanga, dijo que Duterte era un «irresponsable que pretende sembrar discordia en el país».

 

Aunque la invitación para eliminar físicamente a los pastores de almas fue catalogada por el personal presidencial como «una broma», el vocero de la Conferencia Episcopal, Jerome Secillano, se negó a aceptar justificaciones: «Se trata de verdaderas intimidaciones, puesto que algunos locos o malintencionados podrían tomar a la letra sus palabras». 

 

La cuestión es, según el sociólogo Jayeel Serrano Cornelio, profesor en el Ateneo de Manila, universidad jesuita de la capital, que la popularidad de Duterte no disminuye, «a pesar de las invectivas. ¿Por qué? Porque, cuando ataca a los sacerdotes o a los obispos por su hipocresía, Duterte hace eco de los sentimientos de muchos. Los sondeos demuestran que la gran mayoría de la población se encuentra satisfecha con la “guerra a la droga”, la violenta campaña contra los narcomenudistas que la Iglesia critica ferozmente».

 

«Duterte —indicó Cornelio— es un hombre de acción y es llamado “tatay”, es decir “padre amoroso” que hace de todo para defender a sus hijos. Frente a él, es crucial para el futuro de la Iglesia católica en Filipinas que se muestre también activa, que continúe ofreciendo un precioso aporte para ayudar a las víctimas de la guerra contra las drogas, con intervenciones psico-sociales, asistencia legal y becas de estudio».

 

«Parece que Duterte ha intensificado su guerra contra la Iglesia católica en Filipinas», afirma el sacerdote redentorista Amado Picardal, uno de los alfiles en la defensa de los derechos humanos y en la lucha contra las ejecuciones extrajudiciales que ensangrientan la nación desde hace dos años. Entre los posibles motivos de esta situación Picardal ve «una mezcla de miedo y de rabia contra la Iglesia», y Duterte estaría convencido «de tener la capacidad para resistírsele y abatirla». La Iglesia católica, efectivamente, tuvo un papel esencial para que cayera el régimen de Marcos, pero también la presidencia del corrupto Estrada.

 

Sin embargo, anota el religioso, «Dios ha prometido que ningún poder en la tierra puede destruir a la Iglesia, que ha sobrevivido a crisis y persecuciones. No es una cuestión de potencia, La Iglesia debe estar lista para volverse impotente y ser perseguida. Pero ha llegado el momento de tomar una decisión: o con Cristo o con Duterte».

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