“Escuchemos el grito de esclavitud y abandono de los pueblos amazónicos”

“Escuchemos el grito de esclavitud y abandono de los pueblos amazónicos”

El documento para el Sínodo sobre la Amazonía denuncia el neocolonialismo y la mentalidad “extractivista”. El “lamento” de las comunidades privadas de la Eucaristía por largos periodos: proyectar nuevos caminos para garantizar que llegue a todos. Hipótesis de ministerios oficiales para las mujeres

«Hoy el grito de la Amazonía al Creador, es semejante al grito del Pueblo de Dios en Egipto. Es un grito de esclavitud y abandono, que clama por la libertad y el cuidado de Dios». El documento preparatorio para el Sínodo especial sobre la Amazonía, en programa para 2019, define con estas palabras la situación de los pueblos en el “pulmón verde” del planeta. El objeto del Sínodo serán los «nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral», caminos que «deben ser pensados para y con el Pueblo de Dios que habita» en la Amazonía. 

  

En la selva amazónica, observa el documento, «de vital importancia para el planeta, se desencadenó una profunda crisis por causa de una prolongada intervención humana donde predomina una “cultura del descarte” y una mentalidad extractivista». Reflexionar sobre el futuro de esta región significa, pues, preocuparse también por «el futuro del planeta». En el documento, dividido en tres partes – para «ver, juzgar (discernir) y actuar» – se afirma que hay que «escuchar a los pueblos indígenas y a todas las comunidades que viven en la Amazonía, como los primeros interlocutores de este Sínodo». 

  

Esta región, a nivel planetario, es una de las mayores reservas de biodiversidad (del 30 al 50% de la flora y fauna del mundo) y de agua dulce (20% del agua dulce no congelada de todo el planeta). Se trata de más de siete millones y medio de kilómetros cuadrados, que tocan nueve países, en los que viven y conviven pueblos y culturas diferentes. 

  

El documento afirma que: «la riqueza de la selva y de los ríos de la Amazonía está amenazada hoy por los grandes intereses económicos que se asientan en diversos puntos del territorio. Tales intereses provocan, entre otras cosas, la intensificación de la tala indiscriminada en la selva, la contaminación de ríos, lagos y afluentes (por el uso indiscriminado de agro-tóxicos, derrames petroleros, minería legal e ilegal, y los derivados de la producción de drogas). A ello se suma el narcotráfico, que junto con lo anterior pone en riesgo la supervivencia de los pueblos que dependen de recursos animales y vegetales en estos territorios». 

  

Por otra parte, las ciudades de la Amazonia «han crecido muy rápidamente, y han integrado a muchos migrantes desplazados de sus tierras de manera forzada, empujados hacia las periferias de los grandes centros urbanos». Los movimientos urbanos migratorios de la selva a las ciudades han sido imponentes y en la actualidad «entre 70% y 80% de la población de la Panamazonía reside en las ciudades. Muchos de esos indígenas son indocumentados o irregulares, refugiados, ribereños, o pertenecen a otras categorías de personas vulnerables. En consecuencia, crece en toda la Amazonía una actitud de xenofobia y de criminalización de los migrantes y desplazados». 

  

En los nueve países que componen la región panamazónica se registra la presencia de alrededor de tres millones de indígenas, que representan casi a 390 pueblos y nacionalidades diferentes. Entre ellos hay entre 110 y 130 pueblos indígenas en aislamiento voluntario o “pueblos libres”, llamados también “invisibles”: son los más vulnerables porque no poseen instrumentos de diálogo. 

  

El documento recuerda cómo y cuándo comenzó la Iglesia a elevar su voz para defender a los pueblos indígenas. Y cita las palabras de san Juan Pablo II, que definió el traslado forzoso de un enorme número de africanos como esclavos un «holocausto desconocido» en el que «tomaron parte personas bautizadas pero que no vivieron su fe». 

  

Pero, afirma el documento, «lo que nos asusta es que hasta hoy, 500 años después de la conquista, más o menos 400 años de misión y evangelización organizada, y 200 años después de la independencia de los países que configuran la Panamazonía, procesos semejantes se siguen extendiendo sobre el territorio y sus habitantes, víctimas hoy de un neocolonialismo feroz, “enmascarado de progreso”. Probablemente, tal como lo afirmó el Papa Francisco en Puerto Maldonado, los pueblos originarios Amazónicos nunca han estado tan amenazados como lo están ahora».  

 

«La relación armoniosa entre el Dios Creador, los seres humanos y la naturaleza –se lee en el documento – está quebrada debido a los efectos nocivos del neo-extractivismo y por la presión de los grandes intereses económicos que explotan el petróleo, el gas, la madera, el oro, y por la construcción de obras de infraestructura (por ejemplo: megaproyectos hidroeléctricos, ejes viales, como carreteras interoceánicas) y por los monocultivos industriales». Y «se imponen nuevos colonialismos ideológicos disfrazados por el mito del progreso que destruyen las identidades culturales propias». Pero la amenaza en contra de los territorios amazónicos «también viene por la perversión de ciertas políticas que promueven “la conservación” de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano». 

  

Proteger a los pueblos indígenas y sus territorios es, pues, «es una exigencia ética fundamental y un compromiso básico con los derechos humanos; y para la Iglesia se torna en un imperativo moral coherente con el enfoque de ecología integral de Laudato si’». 

  

En la segunda parte del documento, dedicada al discernimiento, después de haber enlistado los fundamentos bíblicos y evangélicos, se recuerda que «la misión evangelizadora tiene siempre un “contenido ineludiblemente social”». La obra de la evangelización, prosigue el documento, nos invita «a trabajar en contra de las desigualdades sociales y la falta de solidaridad mediante la promoción de la caridad y la justicia, de la compasión y del cuidado, entre nosotros sí, pero también con los otros seres, animales y plantas, y con toda la creación. La Iglesia está llamada a acompañar y a compartir el dolor del pueblo amazónico, y a colaborar con la sanación de sus heridas, poniendo en práctica su identidad de Iglesia samaritana, según la expresión de los Obispos Latinoamericanos». En el texto también se recuerda que «no cuidar la Casa Común es una ofensa al Creador, un atentado contra la biodiversidad, y en definitiva, contra la vida». 

  

El proceso de evangelización de la Iglesia en la Amazonia «no puede ser ajeno a la promoción del cuidado del territorio (naturaleza) y de sus pueblos (culturas). Para ello, necesita establecer puentes que puedan articular los saberes ancestrales con los conocimientos contemporáneos, particularmente aquellos referidos al manejo sustentable del territorio y a un desarrollo acorde a los propios sistemas de valores y culturas de las poblaciones que habitan este espacio, quienes deben ser reconocidos como sus genuinos custodios, y hasta propietarios». 

  

El Sínodo, indica el texto preparatorio, «precisa de un gran ejercicio de escucha recíproca, especialmente de una escucha entre el Pueblo fiel y las autoridades magisteriales de la Iglesia. Y uno de los puntos principales a escuchar es el lamento de miles de (sus) comunidades privadas de la Eucaristía dominical por largos periodos». Fue la reunión del episcopado latinoamericano de Aparecida (en 2007) la que resaltó este “lamento”. Una respuesta, que no se cita en el documento, podría ser la de la ordenación sacerdotal de hombres casados, maduros y con una fe solida (los “viri probati”). 

  

En la tercera parte, dedicada a la acción, se dan indicaciones para «nuevos caminos». El Sínodo tendrá que «encontrar nuevos caminos para hacer crecer el rostro amazónico de la Iglesia y también responder a las situaciones de injusticia de la región, como el neocolonialismo de las industrias extractivistas, los proyectos de infraestructuras que dañan su biodiversidad, y la imposición de modelos culturales y económicos ajenos a la vida de los pueblos». De esta manera, la Iglesia «se fortalece como contrapunto frente a la globalización de la indiferencia y frente a la lógica uniformadora promovida por muchos medios de comunicación y por un modelo económico que no suele respetar los pueblos amazónicos ni sus territorios». 

  

«Debe haber – afirma el documento – un equilibrio, y la economía debe dar prioridad a una vocación por una vida humana digna. Esta relación equilibrada debe cuidar el ambiente y la vida de los más vulnerables». Retomando las palabras del Papa Francisco, el texto explica que «es necesario que todos nos dejemos evangelizar» por las poblaciones indígenas y sus culturas, y que «la tarea de la nueva evangelización implica “prestarles nuestra voz en sus causas, pero también [estamos llamados] a ser sus amigos, a escucharlos, a interpretarlos y a recoger la misteriosa sabiduría que Dios quiere comunicarnos a través de ellos”. Sus enseñanzas, en consecuencia, podrían marcar el rumbo de las prioridades para los nuevos caminos de la Iglesia en la Amazonia». 

  

Se necesita una presencia más capilar de la Iglesia, que encuentra dificultades debido a la «la inmensa extensión geográfica, muchas veces de difícil acceso». Los nuevos caminos para la pastoral de la Amazonia «exigen relanzar la obra de la Iglesia en el territorio y profundizar el proceso de inculturación que exige que la Iglesia en la Amazonía haga propuestas valientes, que supone tener osadía y no tener miedo, como nos pide el Papa Francisco». Por ello, se afirma, es urgente evaluar y replantear los ministerios que son necesarios en la actualidad para responder a los objetivos de «una Iglesia con rostro Amazónico y una Iglesia con rostro indígena». 

  

«Es preciso identificar – se lee en el documento – el tipo de ministerio oficial que puede ser conferido a la mujer, tomando en cuenta el papel central que hoy desempeñan las mujeres en la Iglesia amazónica. También es necesario promover el clero indígena y nacido en el territorio, afirmando su propia identidad cultural y sus valores. Finalmente, es necesario repensar nuevos caminos para que el Pueblo de Dios tenga mejor y frecuente acceso a la Eucaristía, centro de la vida cristiana». Y estos nuevos «tendrán una incidencia en los ministerios, la liturgia y la teología (teología india)». 

  

Para concluir, el texto afirma que «espiritualidad de comunión entre los misioneros autóctonos y los que vienen de fuera, para aprender juntos a acompañar a las personas, escuchando sus historias, participando de sus proyectos de vida, compartiendo su espiritualidad y asumiendo sus luchas. Una espiritualidad con el estilo de Jesús: simple, humano, dialogante, samaritano, que permita celebrar la vida, la liturgia, la Eucaristía, las fiestas, siempre respetando los ritmos propios de cada pueblo». El documento plantea al final una serie de preguntas para estimular la discusión preparatoria. 

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