Encerrado y aturdido

Encerrado y aturdido

Los cacerolazos sacudieron la tranquilidad en la que Macri nadaba desde octubre. Las reformas esmerilan su imagen y su capital político, el que intenta sostener abrazado a su discurso esperanzador. 

Hay cosas que Mauricio Macri nunca va a cambiar. Más allá del exitoso trabajo de su equipo para transformarlo en un político, el Presidente conserva su costumbre de no leer los diarios. No le interesa, ni siquiera en circunstancias como las de estos días. Trata además de no mirar televisión: prefiere manejarse con los resúmenes que le pasan, su TVR amarilla. Sin embargo, en la noche del 18 de diciembre, alrededor de las 22.30, cuando en Buenos Aires y distintos puntos del país el ruido de las cacerolas comenzó a clonarse, quiso saber qué estaba pasando. Llamó por teléfono a un hombre clave de la comunicación oficial y le pidió precisiones. La duda era real: ¿las cacerolas se abollaban por el apoyo o el rechazo al Gobierno?

Macri expresó su convicción al día siguiente en la primera conferencia de prensa que dio después de casi dos meses: Argentina está lejos de ir hacia una crisis como el 2001, “todo lo contrario”. Como prueba, puso los elogios de los países de la OMC en la cumbre de la semana pasada. “No tienen por qué mentirnos. Estamos en el camino correcto”, aseguró.

Aunque ya se prepara para cerrar el año con su descanso en Villa La Angostura y no puede decirlo, el Presidente no tenía en sus planes nada de lo que sucede en los días de este diciembre, justo 16 años después de la caída de Fernando De la Rúa. No pensó que el costo para aprobar la reforma contra los jubilados iba a ser tan alto. Tampoco lo imaginaron su equipo de colaboradores ni -para ser precisos- los gobernadores del oficialismo y el PJ que descansaron en que el ajuste previsional iba a salir de Diputados tan fácil como giró desde el Senado.

El Presidente lo admitió a su manera en la conferencia que arrancó tarde, no aportó casi nada nuevo y pareció, sobre todo, fuera de tiempo. Media hora de definiciones que en su mayoría podría haber brindado hace uno, cinco o 24 meses y lo que fue quizás su principal confesión: “No tenemos tiempo de especular. Después de haber ganado una elección como la ganamos, con el apoyo que tuvimos, qué fácil que era para mí, irnos todos de vacaciones, no plantear ninguna reforma, disfrutar de las encuestas que decían maravillas y no traer ninguna incomodidad. Pero yo no estoy acá para hacer lo que me es cómodo a mí, por más que haya noches en que no puedo dormir por los cambios que hay que hacer. ¡Pero los tengo que hacer! Ustedes confiaron en mí para que yo los haga. Si hacemos lo mismo que hicimos en el pasado, no vamos a tener futuro”.

Fue el único momento en que abandonó su modo más anestesiado. Estudiado o espontáneo, sobre el final reconoció que no le queda tiempo para hacer el ajuste y que las encuestas registran la alta volatilidad de su imagen y la de su gestión. Lo reflejan ya los números de Managment & Fit, la consultora de Guillermo Seita, el influyente operador que trabaja para Cambiemos en más de una ventanilla y difunde, además, encuestas los domingos en Clarín. El último sondeo publicado dice que cayeron el optimismo, la aprobación de la gestión y -tal vez lo principal- la percepción de la calidad futura del Gobierno para resolver problemas. “Jugado de cuerpo y alma”, como dice estar, el Presidente repitió que hace todo por el bien de todos y aludió a un sacrificio personal en función de un “ustedes” que no queda claro.

VOTOS Y BOTAS. Pese a la convulsión de diciembre, Macri cree haberse liberado por completo de los fantasmas de la gobernabilidad que lo acosaban cuando recibió el bastón de mando. Los votos lo convencieron de que debe usar ahora el capital político que ganó en octubre. “Lo voy a usar”, repite. Que se consumiera tan rápido no estaba en los planes oficiales. Toma con pinzas el rechazo social que se expresa en la nueva era de cacerolazos, aunque dice respetarlo: no ve la furia y pide que le den una oportunidad. ¿Cuántos votantes de Cambiemos salieron a golpear ollas y cacerolas o acompañaron desde sus casas? Es la pregunta que en el oficialismo nadie quiere hacerse.

Después del envión que le dieron las elecciones hace menos de dos meses, Macri habló desde una lógica que se asienta en dos criterios que estos días tambalearon como nunca desde 2015: la oposición es una minoría y el humor social se mantiene inalterable. Como ya le pasó a su antecesora, el Presidente se para como dueño de los votos que le asignan un capital estable. El peor de los errores. Más, cuando acaba de aprobar una reforma que afectará los ingresos de 17 millones de personas con una baja de jubilaciones a valor real y en medio de un despliegue represivo de las fuerzas de seguridad que no se veía hacia mucho en el Congreso. Después del aluvión de votos, Cambiemos saturó el espacio público con botas de gendarmes y policías.

LA IMAGEN PERDIDA. Hay algo más preocupante todavía para el oficialismo: la imagen del Presidente. En los días más difíciles desde que desembarcó en Balcarce 50, Macri fue retratado en medios afines al Gobierno en una situación incómoda: sin mirar televisión y jugando al paddle en la residencia de Olivos mientras en el Congreso se desataba la Intifada contra la reforma previsional y las fuerzas de seguridad volvían a reprimir en forma temeraria. Desde la Casa Rosada, niegan que el Presidente se haya dedicado a practicar el deporte que se hizo moda en la década del noventa, justo cuando se jugaba la suerte de la llave maestra del ajuste que ejecutará en 2018. Son impresiones que van dibujando a un Macri desubicado, como cuando, en plena conferencia de prensa, se confundió con la reforma -tributaria- que el oficialismo iba a aprobar esa misma tarde y se olvidó del nombre de la jueza que prohibió a las fuerzas de seguridad usar armas de fuego, Patricia López Vergara, la misma a la que el oficialismo le pide juicio político.

Igual que sus ministros principales, Macri cree que la duda sobre su fortaleza real surge de la “fantasía de una minoría orquestada que cree que puede alterar la gobernabilidad y no lo va a poder”. ¿Pasó algo nuevo en el aniversario de 2001 o, como supone el oficialismo, todo se reduce al kirchnerismo y la izquierda? Con la incapacidad para ver más allá de su convicción y la de sus votantes, Macri puede ir nutriendo las filas de la oposición.  

“Paz”, “diálogo”, “democracia”, “verdad”, “paciencia”, “equilibrio”, “violencia orquestada”. Las palabras de la negación que utilizó el Presidente en su mensaje contrastan por completo no sólo con la realidad de la última semana, en la que la Casa Rosada tuvo una responsabilidad fundamental. Además, chocan con la percepción que tiene la mayoría de los argentinos, incluidos los votantes de Cambiemos. Lo marca uno de los sondeos de la consultora de Federico Aurelio: lejos de unir a los argentinos, la administración Macri profundizó la grieta y agravó las divisiones desde diciembre de 2015. Según ese mismo trabajo, previo a la votación de la reforma previsional, la imagen del Presidente había caído de 51 a 44 puntos, el mismo porcentaje que había logrado subir después del triunfo electoral. Hace diez días, ya llegaban precisamente al 51 por ciento los que lo juzgaban con mala imagen.

Frente a las dificultades y el descontento social, Macri se achica y habla para un “ustedes” que son “los suyos”. Los brindis de fin de año tendrán un sabor agridulce. Las expectativas, el gran capital de Cambiemos, comienzan a apagarse, después de la victoria de octubre. Ahí está, según le dijo Aurelio a Letra P, quizás la única coincidencia que une a un lado y al otro de lo que se llamó la grieta. Tanto el Gobierno como la oposición coinciden en que la situación económica del país es mala. El plus del oficialismo, la esperanza de que las cosas podían mejorar con Macri en la Presidencia, es lo que ahora está en cuestión. Como nunca antes.  

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