Así eligen sus símbolos los Pontífices

Así eligen sus símbolos los Pontífices

La Madre Teresa es emblemática para el Pontificado de Francisco, como lo fueron, por ejemplo, los santos mártires ugandeses proclamados por Pablo VI o las canonizaciones de Josemaría Escrivá de Balaguer y Santa Faustina Kowalska para Juan Pablo II.

ANDREA TORNIELLI - CIUDAD DEL VATICANO

Durante los últimos 50 años los Papas han proclamado un centenar de nuevos santos y beatos, y son figuras muy diferentes entre sí. Algunos de ellos han representado más que otros un punto de referencia y una síntesis eficaz del mensaje del Pontífice que los elevó a los altares. No hay duda de que la Madre Teresa de Calcuta es emblemática para el Pontificado de Francisco, como lo fueron, por ejemplo, los santos mártires ugandeses proclamados por Pablo VI o las canonizaciones de Josemaría Escrivá de Balaguer y de Santa Faustina Kowalska para el Pontificado de Juan Pablo II.

La pequeña monja albanesa, una santa «tan cercana a nosotros» y «tan tierna» a la que, «espontáneamente seguiremos llamando Madre Teresa», como dijo ayer Bergoglio, pasó su vida ocupándose concretamente de los pobres. Defendió y acogió la vida humana, la vida que todavía no ha nacido y la vida abandonada y descartada. «Hizo que los potentes de la tierra escucharan su voz, para que reconocieran sus culpas ante los crímenes de la pobreza creada por ellos mismos», recordó Francisco, quien definió a la Madre Teresa como «una infatigable agente de misericordia». Una mujer que nos ayuda a comprender que el único criterio para la acción de los cristianos es «el amor gratuito, libre de cualquier ideología y de cualquier vínculo que se derrama sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión».

Es el mismo mensaje que Francisco está tratando de transmitir. La Madre Teresa no fundó una ong, gastó su vida ayudando concretamente a los pobres, porque vivía simplemente el Evangelio sacando su fuerza de la oración. No hizo proselitismo, no imploró modelos occidentales, cuidó a los moribundos ayudándolos a morir con dignidad, los acogió y se ocupó de ellos con amor. Siempre tuvo que superar las perplejidades de los obispos hindúes. Pero la defendieron primero Papa Montini y después Juan Pablo II.

 

«Hay un solo Dios, y es Dios para todos —escribió la nueva santa. Por ello es importante que cada uno se muestre igual frente a Él. Siempre he dicho que debemos ayudar a los hindúes a ser hindúes mejores, a los musulmanes a ser mejores musulmanes y a los católicos a ser mejores católicos. Creemos que nuestro trabajo debe ser un ejemplo para la gente».

Habló y negoció con todos, desde Ronald Regan hasta Fidel Castro, pasando por los comunistas chinos, para pedirles simplemente que la dejaran ayudar a los que sufren. Ofreció el testimonio de que el amor por los pobres es esencial para la fe cristiana. No es «comunismo» o «pauperismo», como creen ciertas “buenas conciencias” (incluso entre los católicos), ocupados cotidianamente con e tiro al blanco contra el Papa argentino. La Madre Teresa fue un instrumento de paz y de reconciliación más allá de las diferencias de fe, de raza, de cultura y de estado social. Si estuviera viva en la actualidad, seguramente estaría en Lesbos o en Lampedusa, cuidando las heridas de los migrantes y refugiados. O distribuyendo cobijas entre los «sin techo» de Roma.

La versión en italiano de este artículo fue publicada hoy en la edición del periódico «La Stampa».

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