Ejercicios Espirituales; una mirada de fe sobre un mundo poco fraternal

Ejercicios Espirituales; una mirada de fe sobre un mundo poco fraternal

La primera de las predicaciones del abad de San Miniato, entre citas de Luzi y La Pira, inaugura la semana de oraciones y reflexión del Papa y de la Curia romana en Ariccia

Mario Luzi y Giorgio La Pira, San Agustín y Riccardo de San Vittore. La poesía se entrelaza con la literatura y la teología en la primera de las meditaciones que pronunció el monje benedictino Bernardo Francesco Maria Gianni, abad de San Miniato en el Monte. Ayer fue la apertura de los Ejercicios Espirituales para la Cuaresma con el Papa y la Curia Romana en Ariccia.

 

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Francisco llegó por la tarde, alrededor de las 17 a la Casa del Divin Maestro, en donde permanecerá hasta el próximo viernes 15 de marzo, después de un viaje en autobús con los cardenales y obispos que colaboran con él. Durante el Ángelus, pocas horas antes, pidió que los fieles lo acompañen con la oración en estos cinco días de oración y reflexión, que comienzan cada mañana con la misa matutina y concluyen con las vísperas y la adoración eucarística. Durante estos días se ocupará de las meditaciones el joven abad y reflexionará sobre “La ciudad de los ardientes deseos. Para miradas y gestos pascuales en la vida del mundo”, tema inspirado en los versos del poeta véneto que falleció Florencia en 2005. 

 

El mismo Luzi y la misma ciudad de Florencia son el centro de la predicación del abad (según indicó Vatican News), quien partió comentando un poema de 1997, “Estamos aquí por esto”, concentrándose en la ciudad toscana, en su historia y sus bellezas. «Un lugar de la geografía de la gracia», dijo de ella Giorgio La Pira, «el alcalde santo» cuya causa de beatificación se está llevando a cabo. El monje pidió a los obispos de la Curia y al Papa, quien, como todos los años se sienta en la cuarta fila de la capilla, que viajaran con el pensamiento a Florencia para escrutar «una huella, un indicio de cómo habita Dios la ciudad» y que asumieran una mirada «de gracia, de gratitud y de misterio».

 

Una «mirada de fe», subrayó Gianni, sobre una ciudad que a menudo ofrece «la ceniza, polvorosa, inerte, sin más vida de un fuego que parece ya no quemar, ya no arder». Es la «mirada de lo alto» que es hoy globalmente necesaria, «no para caer en las tentaciones del maligno, que quisiera casi hacernos poseer las cosas de este mundo, dominarlas, condicionarlas; sino, al contrario, la mirada suscitada por el Espíritu Santo, por la Palabra y por el Señor, una mirada de contemplación, de gratitud, de vigilancia si es necesario, de profecía». Y es una mirada «que no se cansa de reconocer cómo tantas veces (¡demasiadas veces!) nuestras ciudades son verdaderamente un desierto». 

 

Una mirada, explicó Bernardo Francesco Maria Gianni, que «es aliciente para volver a encender un fuego, para volver a dar vida verdadera en Cristo, en el Evangelio». Porque, como afirmaba el místico medieval Riccardo di San Vittore, «en donde hay amor, allí hay una mirada».

 

Precisamente en ese amor hay que interpretar la mira de de La Pira sobre Florencia, de Jesús sobre Jerusalén y sobre todas las personas con las que se cruzaba. Una perspectiva que surge de «una dinámica pascual» y nos vuelve conscientes de que «el momento histórico es grave», porque el «alcance universal de la fraternidad parece muy debilitado». Por el contrario, afirmó el monje, «es la fuerza de la fraternidad la nueva frontera del cristianismo».

 

Por ello invitó a vislumbrar «el rostro de Jesús muerto y resucitado que vuelve a componer nuestra humanidad, incluso la humanidad fragmentada por las fatigas de la vida o marcada por el pecado». «Dejémonos guiar por Él», dijo. «Jesús es nuestro único humanismo: dejémonos inquietar siempre por su pregunta: “¿Ustedes, quién dicen que soy?”. Dejémonos mirar por Él para aprender a mirar como Él miraba. El joven rico, al mirarlo fijamente, lo amó; el encuentro de las miradas de Zaqueo que sube aun árbol con tal de ver a aquel Señor Jesús que levanta la mirada para salir a su encuentro». 

 

Una mirada que aleja incluso el miedo de no reconocer al Señor que viene, como confesaba San Agustín.

 

El abad de San Miniato espera que «nuestro actuar pastoral, nuestro cuidar a las personas que nos han sido encomendadas, al pueblo que nos ha sido encomendado, pero diría, a la humanidad que nos ha sido encomendada por el Señor, pueda ser verdaderamente una nueva llama viva de ardiente deseo, y vuela a ser un jardín de belleza, de paz, de justicia, de medida, de armonía».

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