La Diócesis lomense celebró su fiesta patronal

La Diócesis lomense celebró su fiesta patronal

En honor a Nuestra Señora de la Paz, patrona del distrito, el Obispo Jorge Lugones presidió una misa en la Plaza Grigera, frente a la catedral, en la que llamó a "caminar nuevamente el sendero del diálogo" y a "sentirse pueblo". Luego acompañó la procesión con la imagen de la Virgen por las calles del centro lomense.

Bajo el lema “María ayúdanos a comprometernos con los más pobres y a ser artesanos de la paz”, la Diócesis de Lomas de Zamora celebró anoche su fiesta patronal en honor de Nuestra Señora de la Paz, la patrona del distrito. En ese marco, el obispo Jorge Lugones presidió una misa en la plaza Grigera, frente a la Catedral, y luego acompañó la procesión con la imagen de la Virgen por las calles del centro lomense.

En su homilía, monseñor Lugones pidió a la Virgen que nos enseñe “a caminar nuevamente el sendero del diálogo, hablando a tiempo". "Enséñanos a recorrer la costosa ruta del encuentro, saliendo de nosotros mismos”, dijo en su alocución y centró su mensaje en la mujer “por su compromiso con la familia y la sociedad, por su atención y cuidado de los más frágiles en tantas situaciones que merecen" su "delicada, sensible y acogedora presencia". 

También concelebraron la Eucaristía los obispos auxiliares de la diócesis, monseñor Jorge Torres Carbonell, y el electo monseñor Jorge Garcia Cuerva; además de los sacerdotes presentes. También estuvo en la misa el obispo de Morón, monseñor Jorge Vázquez.

Además de ser la Patrona de la catedral y de Lomas de Zamora, Nuestra Señora de la Paz es la patrona de la diócesis homónima, que también está integrada por los municipios de San Vicente, Presidente Perón, Almirante Brown, Ezeiza, y Esteban Echeverría.

La homilía. 

Hoy peregrinamos por nuestras calles y llegamos a este Santuario de la Paz histórico para agradecer su presencia de mujer y madre, porque su condición de mujer le permitió ser madre. Madre y mujer llena de gracia. Mujer sencilla, humilde y servidora, madre pobre, atenta y cariñosa que asumió en su seno a todas las madres que trajinan con la vida de sus hijos, nietos, sobrinos ahijados….

El pueblo ve en María la cercanía de Dios con nosotros, pues es ella la que le ha dado su carne y su sangre, para que el Verbo Eterno de Dios se encarnara. Como dice la carta a los Gálatas: Cuando se cumplió el tiempo establecido Dios envió a su Hijo, nacido de mujer.

Nuestro pueblo fiel siempre va a María, ella es la que vela, cuida, anima y vislumbra las necesidades y urgencias de sus hijos, es la intercesora ante su Hijo Jesucristo, principio y fin de la vida de los hombres, quien ha venido para ser fuente de salvación. 

En este día queremos pedir especialmente por “la mujer”, por su compromiso con la familia y la sociedad, por su atención y cuidado de los más frágiles en tantas situaciones que merecen la delicada, sensible y acogedora presencia de la mujer.

El libro del Génesis nos recordaba que la promesa hecha a Abraham se realizará por medio de Saray, su mujer, a quien Dios llamará Sara confiándole la misión maternal de la descendencia; dice Dios: “la bendeciré y de ella nacerán pueblos y naciones de reyes”.

Cuánto le debemos a nuestras abuelas, madres, catequistas, maestras, a esta imagen femenina que tanto bien nos ha hecho en nuestra formación como cristianos, animados -y sermoneados- a ser buenas personas, desde la ternura, la paciencia y la fortaleza de la mujer en la Iglesia.

No puedo dejar de citar a Francisco hablándole en Colombia a los hombres del Celam sobre el “…rol de la mujer en nuestro continente y en nuestra Iglesia. De sus labios hemos aprendido la fe; casi con la leche de sus senos hemos adquirido los rasgos de nuestra alma mestiza y la inmunidad frente a cualquier desesperación. Pienso en las madres indígenas o morenas, pienso en las mujeres de la ciudad con su triple turno de trabajo, pienso en las abuelas catequistas, pienso en las consagradas y en las tan discretas artesanas del bien. Sin las mujeres la Iglesia del continente perdería la fuerza de renacer continuamente. Son las mujeres que, con meticulosa paciencia, encienden y reencienden la llama de la fe. Es un serio deber comprender, respetar, valorizar, promover la fuerza eclesial y social de cuanto realizan. Acompañaron a Jesús misionero; no se retiraron del pie de la cruz; en soledad esperaron que la noche de la muerte devolviese al Señor de la vida; inundaron el mundo con su presencia resucitada…”.

Hasta aquí Francisco, yo agrego: Y a ustedes adolescentes jóvenes mujeres no pierdan la rebeldía creativa, fresca y joven que identifica a América Latina.

Hace poco compartía la frase que expresó un muchacho cuarentón frente al féretro de su mamá: ¡QUE LÁSTIMA QUE NO HABLÉ MAS CON MI MADRE! Sólo cuando ella ya no está, o no la tenemos cerca, nos damos cuenta de lo bien que nos hubiera hecho el diálogo filial, el abrazo e incluso el pedido de perdón mutuo. Porque las mamás son humanas, se equivocan, pero muchos de sus errores son para evitar que nosotros los cometamos. Qué duro es escuchar a hijas e hijos sólo recriminar a sus madre anciana porque no “hicieron esto o aquello” o por qué “lo hicieron”…

El evangelio de San Juan nos recordaba las palabras de Jesús en su última hora: Mujer ahí tienes a tu hijo, después dice al discípulo: ahí tienes a tu Madre.

Este pasaje no está describiendo solamente un acto de piedad filial de Jesús a su madre, sino una verdadera revelación de su maternidad espiritual. María se convierte no sólo en la madre del discípulo amado sino de todos los creyentes… María es madre de la vida de Jesucristo… y se llama mujer porque realiza la misión del nuevo pueblo de Dios que con frecuencia es contemplado alternativamente como mujer y pueblo (Is. 26,17; 43,5s). María queda así constituida en la mujer bíblica, la que da a luz con dolor al Mesías y desde Jesús se convierte en Madre universal del género humano .

María no sólo sentirá esa espada de dolor frente a la cruz de su Hijo, sino que esa profecía a través del tiempo se ha hecho realidad también en el corazón de su pueblo que sabe ir a la madre, aún con el corazón desgarrado, pues ella es la consoladora de su pueblo, la madre que siempre está atenta ante cada súplica, ante cada situación desesperada y desesperanzadora, porque ella -que sufrió el despojo total- sabe consolar, animar, arropar y cuidar la esperanza de sus hijos. 

María mujer y madre: te pedimos por las madres solas, agobiadas por el peso de la cruz o de los años, estás sosteniéndolas con tu cuidado constante. 

Estás en vela con la madre joven que lucha con la oración y el deseo de salud para su niño enfermo.

Te asomas con esperanza firme ante tantos rostros tallados por la injusticia. Ante la inequidad de la “justicia exprés”, frente a la desidia cansina y aletargada de los que no tienen “madrina”.

No te asombra la fragilidad maltratada por la droga y la impunidad de los transas, sino que sigues encontrando Cireneos que apuestan por cargar la vida. 

Sostienes y miras con tu presencia de mujer atenta a los desvalidos, descartados y desanimados de las periferias existenciales que el sistema condenó a ser intangibles.

No dejas de cuidar el alma de tu pueblo recordando una y otra vez la Palabra viva de la Buena Noticia.

Recompensas a la mujer pobre que pone delicadamente en la mano del indigente la moneda que ella misma necesita.

Enséñanos a caminar nuevamente el sendero del diálogo, hablando a tiempo; enséñanos a recorrer la costosa ruta del encuentro, saliendo de nosotros mismos. 

Danos a todos el gusto de ser y sentirnos pueblo, pueblo con un Padre Dios y la ternura de una Madre: María santísima, Reina de la Paz, cobijados por su cercanía como agradable brisa de esperanza que ilumina con el prometedor sol del amor, Jesucristo resucitado.

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