“Diálogo de paz en Jerusalén”

“Diálogo de paz en Jerusalén”

Durante el Ángelus, Francisco invocó «reconciliación y moderación» para la Ciudad Santa. Y advirtió: «mejor una Iglesia que se ensucia las manos que una Iglesia de puros»

Por GIACOMO GALEAZZI

 

El Papa invocó la paz para Jerusalén. «Sigo con trepidación las graves tensiones y las violencias de estos días en Jerusalén, siento la necesidad de expresar un fuerte llamado a la moderación y al diálogo —recomendó Francisco. Los invito a unirse a mí en la oración para que el Señor inspire en todos propósitos de reconciliación y de paz». 

 

Al comentar el Evangelio, el Pontífice exhortó a los creyentes al discernimiento. Además, «prohibido juzgar quién se salva y quién no; mejor una Iglesia que se ensucia las manos que una Iglesia de puros», sostuvo. «Fijarse siempre y solo en el mal que está fuera de nosotros significa no querer reconocer el pecado que hay dentro de nosotros», advirtió el Papa Francisco durante el Ángelus. Y, «con sus ambigüedades y su carácter compuesto, la situación presente es el campo de la libertad de los cristianos, en el que se cumple e difícil ejercicio del discernimiento». Francisco recordó a los fieles reunidos en la Plaza San Pedro que «todos somos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos liberó de la esclavitud del pecado y nos da la gracia para caminar en una vida nueva, pero con el Bautismo nos ha dado también la Confesión, porque siempre necesitamos ser perdonados por nuestros pecados». 

 

El Pontífice recordó, antes de la oración mariana, que la página evangélica de hoy «propone tres parábolas con las que Jesús habla a las multitudes sobre el Reino de los cielos». La primera, la del grano de trigo y la cizaña, «ilustra el problema del mal en el mundo y resalta la paciencia de Dios». La narración, explicó el Papa, «se lleva a cabo en un campo con dos protagonistas opuestos». Por una parte, el «dueño del campo que representa a Dios y arroja la buena semilla», por otra «el enemigo que representa a Satanás y arroja la hierba mala». Con la perspectiva de la esperanza, incluso la cizaña se convierte en un producto bueno («es realidad de la conversión, es la perspectiva de la esperanza»). De hecho, prosiguió el Pontífice, «con el paso del tiempo, en medio del grano crece también la cizaña, y frente a esta situación el dueño y sus siervos tienen diferentes actitudes». Los siervos «querrían intervenir para arrancar la cizaña, pero el dueño, a quien le preocupa principalmente salvar el trigo, se opone diciendo: “No vaya a ser que, cogiendo la cizaña, también arranquen el trigo”; entonces con esta imagen Jesús nos dice que en este mundo el bien y el mal están tan entrelazados que es imposible separarlos y extirpar todo el mal». De hecho, prosiguió Bergoglio, «solo Dios puede hacer esto, y lo hará en el Juicio Final». Entonces, «el Señor, que es la Sabiduría encarnada hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos humanos». Es decir «Él nos dice que la línea de confín entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada persona». Por ello, afirmó el Papa, «se trata de conjugar, con gran confianza en Dios y en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias: la decisión y la paciencia». Por ello «la decisión es la de querer ser grano bueno, con todas las fuerzas, y por lo tanto tomar distancia del maligno y sus seducciones». En cambio, precisó, «la paciencia significa preferir una Iglesia que sea levadura en la masa, que no tema ensuciarse las manos lavando los paños de sus hijos, en lugar de una Iglesia de “puros”, que pretende juzgar antes de tiempo quién estará en el Reino de Dios y quién no».  

 

Después Francisco sostuvo que «Jesús nos enseña una manera diferente para ver el campo del mundo, para observar la realidad: estamos llamados a aprender los tiempos de Dios y también su mirada». De hecho, «gracias a la influencia benéfica de una espera trepidante, lo que era cizaña o parecía cizaña, puede convertirse en un producto bueno: es la perspectiva de la esperanza». Por este motivo el Pontífice invocó a la Virgen María para que nos ayude «a fijarnos, en la realidad que nos rodea, no solo en la suciedad y el mal, sino también en el bien y lo bello; a desenmascarar la obra de Satanás, pero sobre todo a confiar en la acción de Dios que fecunda la historia». 

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