¿Delegado en asunción de Maduro? El Vaticano explica

¿Delegado en asunción de Maduro? El Vaticano explica

La Santa Sede aclara los motivos por los cuales decidió estar representada en la toma de posesión del presidente venezolano para un nuevo período. Detalles sobre el verdadero valor diplomático del enviado pontificio.

Una declaración oficial, una explicación. Tras varios días de encendidas críticas por haber enviado un representante oficial a la ceremonia de toma de posesión de Nicolás Maduro, como presidente en Venezuela para un nuevo periodo, la Santa Sede emitió un comunicado oficial que explicó aquel gesto. Dejó en claro que no existe distancia entre la Iglesia en ese país sudamericano y el Vaticano. Mucho menos existe distancia entre los obispos y el Papa. 

 

“La Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con el Estado venezolano. Su actividad diplomática tiene como finalidad promover el bien común, tutelar la paz y garantizar el respeto de la dignidad humana”, explicó Alessandro Gisotti, en una declaración oficial difundida a la prensa la mañana de este lunes. 

 

Agregó que, por el motivo arriba indicado, la Santa Sede decidió ser representada en la ceremonia de inauguración de la presidencia de Maduro por el encargado de negocios ‘ad interim’ de la Nunciatura Apostólica de Caracas, George Koovakod. Y precisó: “La Santa Sede y los obispos del país continúan trabajando juntos para ayudar al pueblo venezolano, que sufre las implicaciones humanitarias y sociales de la grave situación en la que se encuentra la nación”.

 

El jueves 10 de enero, Maduro inició su segundo mandato al frente de la presidencia venezolana, cuya duración está prevista hasta el 2025. Al acto, realizado en la sede del Tribunal Supremo de Justicia de la capital, acudieron apenas cuatro presidentes latinoamericanos: Evo Morales, de Bolivia; Miguel Díaz-Canel, de Cuba; Salvador Sánchez Cerén, de El Salvador; y Daniel Ortega, de Nicaragua. Además de algunos otros representantes de segundo nivel, por ejemplo, de Rusia y China. 

 

Entre ellos se encontraba Koovakod, una presencia vaticana que fue destacada por Maduro como un “gesto valiente” pero que, al mismo tiempo, propició encendidas críticas. Sobre todo porque se trató de un signo de diferenciación con un grupo significativo de países que desconocieron al mandatario o, algunos de estos, lo declararon unilateralmente como “ilegítimo”.

 

Resulta sugestivo que, si bien el Vaticano accedió a mandar un delegado, no era un personaje de primer nivel como, hubiera podido ser, un funcionario con el rango de nuncio apostólico. En el ámbito diplomático no es lo mismo un embajador que un ministro o un encargado de negocios. Por protocolo, cuando tiene lugar una toma de posesión de un nuevo presidente la Santa Sede suele ser representada por un enviado especial que, por norma, no es ni el nuncio en el país anfitrión ni otro funcionario de menor rango en la misma nunciatura. A menudo es el nuncio en un país vecino o cercano. 

 

Pero en esta ocasión no hubo ni delegado especial, ni presencia del nuncio. Sólo un enviado de segunda categoría. Un matiz no suficientemente apreciado, sobre todo entre los más críticos del Papa. Círculos en los cuales se abrieron paso, en las últimas semanas, dos ideas fuerza: primero que los obispos venezolanos “tomaron distancia” del pontífice por manifestar una línea abiertamente crítica con el régimen de Maduro, mientras el líder católico habría optado (en sus mensajes de fin de año) por convocar a la paz y a la reconciliación para no incomodar a Maduro. Algún importante medio sudamericano llegó a afirmar que Bergoglio había recomendado al pueblo venezolano llegar a un acuerdo “con sus victimario”. 

 

Segundo: que la declaración de este día del portavoz vaticano Gissoti significa un “reconocimiento” de la nueva presidencia de Maduro, considerada por buena parte de la comunidad internacional como ilegítima. Pero los hechos manifiestan elementos que contradicen expresamente estas dos tesis.

 

En los últimos días VaticanNews, el sitio web oficial de noticias del Vaticano, publicó extensas entrevistas con altos exponentes del episcopado venezolano. En la primera de ellas, difundida el 11 de enero, el presidente de la conferencia de obispos, José Luis Azuaje Ayala, directamente pidió una consulta “para la elección de nuevas autoridades”. 

 

“Mirando el contexto de este gobierno, sabemos que no lo harán, por eso hemos querido decirle al pueblo que tienen que activarse: activarse las instituciones, partidos políticos, universidades, todos, desde un ámbito de la paz”, dijo el prelado. El reportaje en el medio vaticano hizo un resumen de todos los organismos internacionales que se negaron a reconocer la presidencia de Maduro, comenzando por la Organización de Estados Americanos (OEA). Y recordó que los propios obispos venezolanos, un día antes de la juramentación, publicaron un documento que denunció la ilegitimidad en origen del nuevo mandato, producto de elecciones no democráticas.

 

“Pedimos que cese la represión, y las amenazas que son utilizadas por el gobierno como instrumento para generar miedo y paralización. Esto lleva en sí el respeto de los derechos humanos. Es la petición que siempre hemos hecho al gobierno, también a esta instancia y a los mismos militares, que respeten los derechos humanos de los ciudadanos”, añadió Azuaje.

 

Ese mismo día, VaticanNews publicó otra entrevista, esta vez con el vicepresidente primero de la Conferencia Episcopal Venezolana, Mario Moronta. En ella, el obispo de San Cristóbal afirmó claramente que el único organismo con legitimidad en su país es la Asamblea Nacional. Y dio pistas sobre los motivos que llevaron a la Santa Sede a mantener una posición más prudente, mientras los obispos han mantenido una línea dura.

 

“Ciertamente que el gobierno tiene que cambiar, los factores políticos de la oposición tienen que acercarse más a la gente y ahí está la clave: no olvidar que cualquier sanción, problema, decisión, si va a perjudicar a la gente no va a ser positiva, por eso creo que se debe hilar muy fuerte, y creo que también es el pensamiento del Papa Francisco: es necesario, más que ahondar fosas, tender puentes. Ahí es donde todos tenemos que trabajar con dignidad, ciertamente, con claridad, coherencia, legitimidad, legalidad y con la Constitución en las manos”, estableció.

 

Hace ya mucho tiempo, al menos 19 meses atrás, se sabe que la estrategia de la Iglesia para Venezuela es que los obispos locales mantienen una línea dura y el Vaticano se reserva la prudencia, como posible última medida de explotar el caos total. En junio de 2017, ya el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, Diego Padrón, había precisado que no existen “dos posturas” eclesiásticas en su país, y que el Papa hablaba por boca de los obispos. 

 

“La propaganda del gobierno ha dicho que el Papa está de parte de ellos y, si es así, está en contra de la oposición y lejos del pueblo. Nosotros queremos desmentir totalmente eso porque estamos convencidos que él va por la línea del evangelio y está con aquellos que más sufren, los pobres y necesitados. Él sabe que su palabra puede ser tergiversada y es normal que este tipo de gobiernos tiendan a tergiversarla”, aclaró Padrón tras reunirse con Francisco en el Vaticano.

 

Poco ha cambiado desde entonces. Mientras tanto, el líder católico no ha cesado de llamar a la paz. Lo ha hecho constantemente, siempre en público y manifestando -en todo momento- su preocupación por una crisis humanitaria jamás negada ni minimizada. Pero, para sus detractores, nada es suficiente. Pretenden una condena contra el régimen y su cabeza visible. Con nombre y apellido. Algo que ningún Papa en la historia moderna de la Iglesia ha realizado. Porque incluso la diplomacia vaticana tiene sus límites.  

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