“No nos dejemos cegar por el dinero: sigamos la luz de Jesús”

“No nos dejemos cegar por el dinero: sigamos la luz de Jesús”

Durante el Ángelus, Francisco felicitó al Oriente cristiano, que mañana celebra la Navidad, y animó a los jóvenes misioneros.

GIACOMO GALEAZZI - CIUDAD DEL VATICANO

«Que nuestra estrella no sean las luces enceguecedoras del dinero y del éxito —recomendó el Papa. En donde está Dios hay alegría, valentía, la luz de Jesús sabe vencer las tinieblas más oscuras». Después de la celebración de la Epifanía en la basílica vaticana, Francisco se asomó desde la ventana del estudio del Palacio Apostólico para recitar el Ángelus con los fieles y peregrinos que estaban reunidos en la Plaza San Pedro. «La vida cristiana es camino de búsqueda, evitando insidias, y no basta saber que Dios nació, si no se hace la Natividad en el corazón», advirtió. «Celebramos hoy la Epifanía del Señor, es decir la manifestación de Jesús, que resplandece como luz para todas las gentes —afirmó Jorge Mario Bergoglio antes de la oración mariana. Símbolo de esta luz que resplandece en el mundo y quiere iluminar la vida de cada uno es la estrella, que guió a los Magos a Belén. Ellos, dice el Evangelio, vieron “surgir su estrella”, y decidieron seguirla: decidieron dejarse guiar por la estrella de Jesús». Y, añadió Francisco, «también en nuestra vida hay diferentes estrellas, luces que brillan y orientan. Somos nosotros los que debemos decidir cuáles seguir: hay luces intermitentes, que van y vienen, como las pequeñas satisfacciones de la vida: aunque sean buenas no son suficientes, porque duran poco y no dejan la paz que buscamos».

También existen, continuó, «las luces enceguecedoras del dinero y del éxito, que prometen todo e inmediatamente: son seductoras, pero con su fuerza ciegan y hacen pasar de los sueños de gloria a la oscuridad más densa». Los Magos, por el contrario, «invitan a seguir una luz estable y gentil, que no se apaga, porque no es de este mundo: proviene del cielo y resplandece en el corazón». De hecho, «esta luz verdadera es la luz del Señor, o mejor, es el Señor. Él es nuestra luz: una luz que no deslumbra, sino que acompaña y que da una alegría única: esta luz es para todos y llama a cada uno». Por ello, precisó el Pontífice, «podemos sentir que se dirige a nosotros la invitación de hoy del profeta Isaías: “Levántate, revístete de luz”, y, al inicio de cada día, podemos acoger esta invitación: levántate y revístete de luz, sigue hoy, de entre todas las estrellas del mundo, la estrella luminosa de Jesús». Así, «siguiéndola, tendremos la alegría, como le sucedió a los Magos, quienes “al ver la estrella, sintieron una alegría enorme”, porque en donde está Dios hay alegría». Y «quien ha encontrado a Jesús ha experimentado el milagro de la luz que disuelve las tinieblas, y conoce esta luz que ilumina y aclara».

Por ello, subrayó el Papa, «quisiera, con mucho respeto, invitar a todos a no tener miedo de esta luz y a abrirse al Señor». Sobre todo, «quisiera decirles a los que han perdido la fuerza para buscar, a los que, superados por las oscuridades de la vida, han apagado el deseo: ¡ánimo, la luz de Jesús sabe vencer sobre las tinieblas más oscuras!”. Pero, ¿cómo encontrar esta luz divina? —se preguntó Francisco. Sigamos el ejemplo de los Magos, a los que el Evangelio describe siempre en movimiento. Quien quiere la luz, de hecho, sale de sí y busca: no se queda encerrado, detenido viendo qué sucede alrededor, sino que pone en juego la propia vida». Por ello, «la vida cristiana es un camino continuo, hecho de esperanza y de búsqueda, un camino que, como el de los Magos, prosigue incluso cuando la estrella desaparece momentáneamente de la vista».

En este camino «hay también insidias que deben ser evitadas: los chismes superficiales y mundanos, que frenan el paso; los caprichos paralizadores del egoísmo, los huecos del pesimismo, que atrapa a la esperanza». Y «estos obstáculos bloquearon a los escribas, de los que habla el Evangelio de hoy, ellos sabían donde estaba la luz, pero no se movieron, su conocimiento fue vano: no basta saber que Dios ha nacido, si no se hace con Él la Natividad en el corazón». En cambio, «los Magos lo hicieron: encontraron al Niño “se postraron y lo adoraron”. No solo lo vieron, no dijeron una oración de circunstancia, sino que adoraron». Es decir, puntualizó Francisco, «entraron en una comunión personal de amor con Jesús». Después «le regalaron oro, incienso y mirra, es decir sus bienes más preciosos. Aprendamos de los Magos a no dedicar a Jesús solo retazos de tempo y algún pensamiento de vez en cuando, de lo contrario no tendremos su luz». Y, «como los Magos, pongámonos en camino, revistámonos de luz, siguiendo la estrella de Jesús, y adoremos al Señor con todo nuestro ser».

Una catequesis que resume el sentido de la fiesta de hoy. «La Epifanía es la Jornada de la Infancia misionera», recordó el Papa, que indicó a los jóvenes como modelo «los niños y chicos que en muchas partes del mundo se comprometen para llevar el Evangelio y ayudar a sus coetáneos en dificultades». A ellos dirigió nuevamente su aliento, después de que durante el Te Deum de fin de año hubiera llamado la atención sobre las nuevas generaciones.

Después de la oración mariana, el Pontífice recordó que «las comunidades eclesiales del oriente, que siguen el calendario juliano, celebrarán mañana la Santa Natividad: en espíritu de alegre fraternidad, deseo que el nuevo nacimiento del Señor Jesús los colme de luz y de paz».

Una vez más, fueron los pobres, los sin techo y los prófugos, en compañía de muchos voluntarios y religiosos, los que regalaron hoy 50 mil libritos con las páginas del Evangelio sobre la Misericordia. «Hablando de dones —dijo el Papa— pensé hacerles un regalo, aunque me falten los camellos: el librito “Íconos de misericordia”». Papa Francisco anunció con estas palabras la distribución de los 50 mil libritos entre los fieles y peregrinos que estaban presentes en la Plaza San Pedro. «El don de Jesús —explicó— es la misericordia del Padre y, para recordar este don de Dios, les haré este don que les distribuirán pobres, sin techo, prófugos y muchos voluntarios a quienes saludo cordialmente y agradezco verdaderamente desde el corazón». «Les deseo —concluyó— un año de justicia, de perdón, de serenidad, pero sobre todo un año de misericordia. Les ayudará leer este libro. Es de bolsillo y pueden llevarlo con ustedes. Por favor, no se olviden de hacerme el don de su oración».

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