La cruzada evangelica

La cruzada evangelica

La consolidación de las iglesias neo-pentecostales como los nuevos actores políticos en América Latina

Durante treinta años, el peruano José Luís Pérez Guadalupe ha estado estudiando el fenómeno protestante en América Latina, su crecimiento, los cambios que se han producido en los últimos años, su impacto social y el desempeño más reciente en el que se ven más activos que nunca en el terreno político. «Es evidente que los evangélicos han pasado de un previsible interés por acabar con cinco siglos de monopolio religioso católico, a una clara cruzada para terminar con la hegemonía de la Iglesia Católica Romana, tanto religiosa como política», afirma el academico, que ya presentó el resultado de sus investigaciones en Lima, Berlín, San José de Costa Rica, Guatemala, Santiago de Chile, Sao Paulo, La Paz y Bogotá y proximamente en Nueva York.

Además de un crecimiento tumultuoso cuales son las transformaciones profundas principales que se han producido?

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«Efectivamente, al hablar del crecimiento de los grupos evangélicos, no solo nos referimos al número o porcentaje de sus miembros, sino a la relevancia social que han adquirido en estos años, al abandono del anonimato público y del ‘complejo de minorías’ que los caracterizaba, a la importancia en las encuestas de opinión y estudios sociales, al ingreso a las clases medias y altas de la sociedad, al abandono de sus “templos de cochera” para dedicarse a la construcción contemporánea de “megaiglesias” en zonas residenciales, a la conquista de líderes de opinión y “grupos de incidencia”, a la invasión de los medios de comunicación social, al ingreso inesperado en el mundo de la política partidaria, etcétera. Este crecimiento planificado y sistemático ya no solo se trataría de una reivindicación por su derecho a existir y ser reconocidos legalmente, sino de una búsqueda de la “pluralidad” y de la “igualdad religiosa”. Es evidente que, los evangélicos han pasado de un previsible interés por acabar con cinco siglos de monopolio religioso católico, a una clara cruzada para terminar con la hegemonía de la Iglesia Católica Romana, tanto religiosa como política.

Vemos pues que los evangélicos latinoamericanos, han variado muy rápidamente su relación con el mundo y su visión de la política. Prácticamente, en las dos últimas décadas los evangélicos pasaron de ser marginados sociales a ser protagonistas políticos, de la ‘huida del mundo’ a la ‘conquista del mundo’, de preguntarse si participan en política a preguntarse cómo deben participar, de guiarse por la consigna “el hermano no se contamina en política”, a “el hermano vota por el hermano”, del premilenarismo celestial al postmilenarismo contemporizador con el mundo, del modelo ‘misionero-protestante-extranjero’ al modelo ‘pastor-evangélico-nacional’. Este gran cambio de paradigma teológico y social los ha llevado a rentabilizar su potencial numérico en capital electoral, y a convertirse en poco tiempo en los nuevos actores políticos de América Latina».

En el estudio que ha realizado para la Fundación Konrad Adenauer “Entre Dios y el César. El impacto político de los evangélicos en el Perú y América Latina”,usted agrupa la presencia política evangélica en tres modalidades: el “partido evangélico”, el “frente evangélico” y la “facción evangélica”. ¿Cuál es su grado de “aplicación” y “éxito”? Empecemos por el primero, el partido evangélico…

«Es el movimiento o partido confesional, integrado y liderado exclusivamente por “hermanos evangélicos”, que bajo un “mandato religioso” quieren llegar al gobierno de sus países para, desde ahí, poder evangelizar mejor. Sus objetivos políticos son meramente instrumentales y estratégicos, ya que su intención real es llegar al poder para gobernar religiosamente —algunos dirían “teocráticamente”— y para evangelizar. La pretensión de formar movimientos o partidos confesionales se ha dado prácticamente en todos los países de la región a partir de los años ochenta y en todos ellos ha fracasado, ya que no se ha logrado ni siquiera obtener el apoyo de sus hermanos en la fe, menos aún el de los votantes no evangélicos. Una cosa es que existan partidos confesionales (oferta) y otra cosa muy distinta es haya un ‘voto confesional’ (demanda). Y esa es precisamente la razón del fracaso de los partidos confesionales: la inexistencia de un “voto confesional” en América Latina. Los hechos históricos nos indican que es difícil, por el momento, que este modelo de ‘partido confesional’ evangélico tenga viabilidad estadística y política; salvo, quizá, en algunos países centroamericanos en donde los evangélicos están cerca de ser la mayoría».

Pasamos al frente evangélico...

«Se trata de un frente político liderado por hermanos evangélicos de diferentes denominaciones, pero que se abre a otros actores que comparten con ellos sus ideales políticos (aunque no plenamente sus ideales religiosos); en este caso, de cierta manera renuncian a sus principios religiosos para privilegiar, pragmáticamente, sus posibilidades políticas. Ante la imposibilidad real de llegar al poder a través del ‘partido confesional’ evangélico, optan por una alternativa intermedia al llamar a otros actores políticos no evangélicos, siempre y cuando sean los hermanos quienes lideren el movimiento — aunque puedan presentar un candidato no evangélico —. Además, los líderes evangélicos son conscientes de que ellos no son políticos profesionales ni personajes públicos y, muchas veces, no son conocidos más allá de sus feligresías. Entonces acuden a personajes conocidos que puedan enarbolar sus principios cristianos, aunque no compartan plenamente con ellos su espíritu evangelizador. Los hechos nos indican que este modelo goza de simpatía y cierta viabilidad en la comunidad evangélica que quiere tener mayor llegada política, pero todavía no ha sido lo suficientemente convincente para los evangélicos ni para los no evangélicos».

Y cual es el destino de la facción evangélica?

«Ante el fracaso del ‘partido evangélico’ y la imposibilidad inmediata del “frente evangélico”, se ha optado por participar en este modelo que consiste en la participación de líderes evangélicos en procesos electorales dentro de partidos o movimientos políticos ya constituidos, sobre la base de alianzas electorales; pero sin tener la capacidad de liderar dicho movimiento o partido. De este modo, los evangélicos están contentos con participar en un partido político importante, que supuestamente les dará mayor visibilidad y expectativas de triunfo, y los partidos políticos se muestran a gusto de tener a algunos representantes del movimiento evangélico en sus filas. En suma, se trata del modelo que mejor ha funcionado hasta ahora.

Los hechos nos dicen que, si bien este es el modelo más recurrente en el continente y el que mejores resultados electorales les ha dado a los líderes evangélicos, también es cierto que muy pocos son los evangélicos elegidos que se han mantenido exitosamente en el ámbito político y han hecho carrera con proyecciones de liderar un movimiento evangélico independiente, entre otras razones porque van pasando de un partido a otro sin ninguna fidelidad ideológica. Además, los que son elegidos no ganan por sus propios votos —que no les son suficientes—, sino por el arrastre de los partidos a los que pertenecen».

¿Existen connotaciones comunes a los diversos intentos de presencia política de los evangélicos latinoamericanos que vino describiendo?

«En nuestro último trabajo titulado: ¿Políticos Evangélicos o evangélicos políticos? [1] Los nuevos modelos de conquista de los evangélicos en América Latina. , sostenemos que existen diferencias entre los distintos países de América Latina, por lo que planteamos una división subregional de este fenómeno en tres modelos: el centroamericano, el sudamericano y el brasilero. Sin embargo, podemos encontrar también algunos rasgos más o menos comunes a la mayoría de los países de la región:

No se ha podido comprobar empíricamente la existencia de un “voto confesional” como “voto cautivo”, que llevaría a los evangélicos a votar por candidatos evangélicos a la presidencia solamente por el hecho de pertenecer a su misma confesión religiosa. Tampoco se ha demostrado que el factor religioso sea determinante en las contiendas electorales ni que exista una diferencia significativa entre el voto de los evangélicos respecto al resto de la población, ni siquiera en Guatemala, que ha tenido tres presidentes evangélicos.

Existe una subrepresentación política de los evangélicos; es decir, el porcentaje de confesionalidad evangélica de un país no se ve reflejado, necesariamente, en las ánforas de votación ni en su número de representantes en el poder Legislativo, y menos aún en el Poder Ejecutivo. Pero no es el único factor para medir el impacto político de los evangélicos en cada país. El único tema que podría aglutinar, coyunturalmente, a la gran mayoría de evangélicos (y también a muchos católicos) es la ‘agenda moral’ provida y profamilia; aunque no con la misma contundencia en todos los países».

En la introducción a su estudio sobre el impacto político de los evangélicos, se cita una frase de Paul Freston... «El involucramiento político evangélico [...] no es hermano gemelo del radicalismo islámico ni copia de la derecha cristiana norteamericana». ¿En qué radica la diferencia del fundamentalismo islámico y del fundamentalismo evangélico en los Estados Unidos?

«En primer lugar, las diferencias con el radicalismo islámico no se centran solamente en sus divergencias doctrinales o en sus interpretaciones teológicas, sino en la forma que quieren hacer llegar su mensaje religioso al mundo. Las interpretaciones ‘fundamentalistas’ los han llevado, muchas veces, al integrismo, en donde el ‘código religioso’ alcanza la dimensión de “código civil”, y hasta penal; no existe separación entre religión y política. Cuando se llega a ese extremo predomina una actitud impositiva de su criterio religioso que puede alcanzar los medios violentos. En ese sentido, mientras que el radicalismo islámico no ha tenido ningún reparo en usar la violencia y el terror para hacerse con el poder, los evangélicos en América plasman su aspiración de conquistar el poder por medios democráticos. Por otro lado, el rol de la mujer en el radicalismo islámico está muy restringido, mientras que en el evangelismo la mujer puede tomar el liderazgo de las iglesias y hasta de los movimientos políticos. Finalmente, siempre es preferible hablar de ‘fundamentalismos’, siempre en plural (sean islámicos o evangélicos), y analizar a cada uno de ellos en su verdadera dimensión».

¿El cambio que se describe también tiene detrás un cambio teológico, es decir, la transformación que los evangélicos han vivido o están experimentando se apoya en una reflexión teológica apropiada?

«A pesar que hay razones sociológicas y políticas para el cambio de visión de los evangélicos respecto a la política, también hay razones de tipo teológico. Pasan del fuga mundi al disfrute del mundo. Ya no se busca negar la sociedad secular que produce bienestar, y en algunos casos hedonismo, sino más bien redimir esos espacios de goce y disfrute para los “hijos de Dios”. Analogamente pasan del pánico escatológico (inminente destrucción del mundo) al optimismo mundano. Es decir, de una concepción pesimista del mundo en la cual lo único que se esperaba era su redención final (con la segunda venida de Cristo), se pasa a una actitud más optimista respecto del futuro del mundo. Por ende, la posición social y de disfrute de los evangélicos ha cambiado, y también han cambiado las opciones y justificaciones teológicas de su presencia en el mundo».

¿Qué se entiende por “teología de la prosperidad” y en qué medida es propia del evangelismo latinoamericano?

«La llamada “teología de la prosperidad” es una de las características principales de la agenda del neopentecostalismo, que empieza a liderar el movimiento evangélico en la región desde la década de 1990, y propugna un involucramiento con las realidades de este mundo, proponiendo un usufructo de los recursos presentes bajo la creencia que los cristianos son los “hijos del Rey”, con derecho al disfrute de los bienes de la creación. El extremo de esta visión la podemos ver en los auto proclamados pastores, obispos, y hasta ‘apóstoles’ neopentecostales, que justifican la riqueza en la que viven a una lógica de supuesta bendición divina de su fe. Cuanta más fe tengan los creyentes, más bienes materiales obtendrán de Dios».

¿Y cual es su procedencia?

«La “teología de la prosperidad” no es un producto latinoamericano, sino que es parte de la importación religiosa proveniente de los Estados Unidos. Para muchos autores la formulación teológica de esta corriente se articula directamente con sectores políticos evangélicos norteamericanos vinculados a las facciones más derechistas del Partido Republicano, conocidos como la “Mayoría Moral”, (en la década de 1980); y, a inicios de este siglo, se vincularon directamente con grupos relacionados con el Tea Party Movement y la “Derecha Alternativa” (Alternative Right), que estuvieron en la base de la candidatura presidencial de Donald Trump.

Finalmente, es necesario indicar que bajo ningún punto de vista podemos decir que la “teología de la prosperidad” es la nueva “ética protestante”, ya que parten de interpretaciones bíblicas opuestas; mientras que una ve en el trabajo, la vida austera y el ahorro, el comienzo de un crecimiento económico fruto de una vida entregada a Dios; la otra ve en el “éxito” económico y ascenso social la señal de bendición divina, sin ningún esfuerzo o austeridad, sino como cumplimiento de un supuesto “pacto con Dios”. Frente a una sobria, virtuosa y ascética vida protestante, se opone ahora una desmedida vida de suntuosidades y alarde neopentecostal (comenzando por sus “pastores”), sin el menor pudor cristiano ni compromiso social con los más necesitados».

De todo lo que ha dicho, ¿se pueden obtener algunas indicaciones sobre el futuro de los evangélicos y su proyecto político en América Latina?

«Es indiscutible que el año 2018 significó la consolidación de las iglesias evangélicas como los nuevos actores políticos en América Latina. Basta recordar que en febrero de ese año un diputado evangélico, Fabricio Alvarado, ganó sorpresivamente la primera vuelta electoral en Costa Rica con un discurso netamente religioso y moral, alcanzando una cuarta parte del Congreso costarricense. En julio del mismo año un candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ganó las elecciones en México con el apoyo expreso de un partido evangélico, el Partido Encuentro Social (PES), y se comprometió a crear una “constitución moral” y a someter a un referendo nacional los temas de la llamada “agenda moral”.

Y, en octubre del 2018 Jair Messias Bolsonaro, un diputado de derecha, ganó las elecciones en Brasil, no solo con actitudes machistas y xenófobas, sino también con un discurso provida y profamilia (y en contra del aborto y del matrimonio igualitario), que le granjeó el apoyo oficial de grandes iglesias evangélicas, sobre todo, de línea pentecostal y neopentecostal.

Estos hechos han provocado que la comunidad internacional esté muy atenta al derrotero que pueda tomar la nueva gestión de Bolsonaro, sobre todo, por la repercusión que su gobierno, con el apoyo de los evangélicos conservadores, podría tener en el resto de América Latina. Pero ¿es posible el contagio de una experiencia social, religiosa o política brasilera al resto del continente? Los hechos nos muestran que hay razones para responder en ambos sentidos».

¿El ecumenismo con los católicos se ha favorecido o inhibido por las transformaciones que han tenido lugar en el universo evangélico latinoamericano?

«Más que un ecumenismo, yo veo un oportunismo (político) de ambos lados. Se ha dado una ‘unidad’ superficial y coyuntural entre católicos y evangélicos en base a intereses comunes que no es ni doctrinal ni pastoral, sino más bien una estratégica coincidencia valorativa y política. En verdad no se trataría de un verdadero “dialogo ecuménico”, sino de la necesidad de juntarse frente a supuestos enemigos comunes.

Es interesante constatar que en los años 60 o 70 la “agenda ideológica” de los evangélicos era el anticomunismo y el anticatolicismo, capaz de unir coyunturalmente a la gran mayoría de iglesias evangélicas. Mientras que ahora el anticatolicismo ha sido postergado temporalmente mientras sigan marchando juntos contra la llamada “ideología de género”».

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