“Cristianos hambrientos, no afirmados”, que sufren por la miseria

“Cristianos hambrientos, no afirmados”, que sufren por la miseria

En Molfetta el Papa Francisco celebró la Misa recordando el ejemplo de don Tonino Bello, «obispo-siervo que aprendía a que se lo comiera la gente»: como él, llevemos el testimonio de Jesús al mundo, pero no «como protagonistas campeones del propio valor»

«¡Levántate!». Porque «lo primero que hay que evitar es quedarse en el suelo, sufrir la vida, quedar atrapados por el miedo». A la población de Molfetta que lo esperó desde el amanecer de pie bajo el palco, en el puerto, en los balcones y a las ventanas, Francisco recordó la invitación de su histórico obispo Tonino: «¡De pie!». Y exhortó a «volver a levantarse siempre, a ver hacia lo alto, porque el apóstol de Jesús» no puede conformarse con «pequeñas satisfacciones». 

  

Francisco llegó en helicóptero al antiguo burgo salentino, segunda y última etapa de su visita pastoral, con casi una hora de retraso. Francisco se dirigió inmediatamente a la sacristía: la vuelta acostumbrada entre los papamóviles quedó para el final de la misa que el Pontífice celebró (llevando el pastoral de madera de don Tonino Bello) en un palco blanco y amarillo frente al Mar Adriático, con un gran crucifijo de madera de olivo, símbolo de paz y de las tierras mediterráneas, y la estatua de la Virgen de los Mártires, patrona de la ciudad. 

 

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El Papa basó su homilía en dos palabras: «pan» y «palabra». Las reflexiones del pontífice se entralazaron con frases pronunciadas y escritas por don Tonino, y resulta difícil distinguir cuál pertenece a cuál. «No son suficientes las obras de caridad, si falta la caridad de las obras. Si falta el amor del que parten las obras, si falta la fuente, si falta el punto de partida, que es la Eucaristía, cualquier empeño pastoral resulta solo un montón de cosas», decía don Bello. 

  

Una advertencia que Bergoglio retomó para insistir que «la vida cristiana vuelve a comenzar cada vez desde aquí, desde esta mesa, en la que Dios nos sacia de amor. Sin Él, Pan de vida, cualquier esfuerzo en la Iglesia es vano». «La Eucaristía es esto: no un rito bello, sino la comunión más íntima, más concreta, más sorprendente que se pueda imaginar con Dios: una comunión de amor tan real que toma la forma del comer», afirmó el Obispo de Roma. «Quien se nutre de la Eucaristía, asimila la misma mentalidad del Señor. Él es “Pan partido” por nosotros y quien lo recibe se convierte a su vez en pan partido, que no lleva la levadura del orgullo, sino que se da a los demás: deja de vivir para sí, por el propio éxito, por tener algo o para convertirse en alguien, sino que vive para Jesús y como Jesús, es decir por los demás». 

  

Es el ejemplo que dio el obispo Tonino: «un obispo-siervo, un Pastor que se hizo pueblo, que frente al Tabernáculo aprendía a que se lo comiera la gente». Él «soñaba una Iglesia hambrienta de Jesús e intolerante frente a cualquier mundanidad, una Iglesia que sabe descubrir el cuerpo de Cristo en los Tabernáculos incómodos de la miseria, del sufrimiento, de la soledad». Porque, decía, «la Eucaristía no soporta» lo sedentario y, «sin levantarse de la mesa», la Eucaristía es «un sacramento incompleto». 

  

Este «Pan de vida» es también «Pan de paz», añadió el Papa. La paz que, según don Bello, «no viene cuando uno toma solo su pan y se va a comérselo por su cuenta. La paz es algo más: es convivialidad». Es «comer el pan con los demás, sin separarse, sentarse a la mesa con personas diferentes», en donde «el otro es un rostro que debe ser descubierto, contemplado, acariciado». Porque «los conflictos y todas las guerras encuentran su raíz en la difuminación de los rostros». Y los cristianos y quien comparta «este Pan de unidad y de paz» están llamados «a amar cada rostro, a remendar cualquier rasgadura; a ser, siempre y donde sea, constructores de paz». 

  

Al lado del Pan, la Palabra. Bergoglio recordó las «ásperas discusiones» alrededor de las palabras de Jesús: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?». «Muchas de nuestras palabras se parecen a estas: ¿cómo puede el Evangelio resolver los problemas del mundo? ¿Para qué sirve hacer el bien en medio de tanto mal?». Así, «caemos en el error de esa gente, paralizada por las discusiones sobre las palabras de Jesús, en lugar de estar lista para recibir el cambio de vida que Él ha pedido». Por ello, Tonino Bello deseaba «recibir esta novedad de vida, pasando finalmente de las palabras a los hechos». Era constante su invitación a quien «no tenía la valentía para cambiar»: «los especialistas de la perplejidad», los llamaba, «los contables pedantes de los pros y los contras. Los cautelosos calculadores hasta el espasmo antes de moverse». 

  

«A Jesús no se responde según los cálculos o las conveniencias del momento, sino con el “Sí” de toda la vida. Él no busca nuestras reflexiones, sino nuestra conversión», afirmó el Papa. Y esta conversión se resume en ese «¡levántate!» proclamado por don Tonino Bello. «La vida cristiana debe invertirse para Jesús y gastarse por los demás. Después de haber encontrado al Resucitado no se puede esperar, no se puede postergar: hay que ir, salir, a pesar de todos los problemas e incertidumbres». 

  

Hay que ser «constructores de paz», como pedía el obispo. El Papa exclamó: «Servidores del mundo, pero como resucitados, no como empleados. Sin entristecerse nunca, sin resignarse nunca. Es bello ser “correos de esperanza”, distribuidores simples y alegres del “Aleluya” pascual». La Palabra de Dios hace esto: «Libera, hace seguir adelante, humildes y valientes al mismo tiempo. No nos convierte en los protagonistas afirmados y campeones del propio valor, sino –concluyó el Pontífice– en testimonio genuino de Jesús en el mundo». 

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