Lo que no se contó del viaje del Papa Francisco a Irlanda

Lo que no se contó del viaje del Papa Francisco a Irlanda

La cantidad de personas que participaron de los encuentros y celebraciones. El impacto que tuvieron sus repetidos pedidos de perdón por los casos de abusos y su reunión con víctimas. El mano a mano con matrimonios que pasaron por situaciones límite.

El viaje del Papa a Irlanda dejó la sensación visto a la distancia que si no fue un fracaso, se le pareció bastante. Ocurre que el pontífice llegaba a un país signado por la gran cantidad de casos de abusos sexuales cometidos en las últimas décadas por miembros del clero –unos 2.500-, revelados en un informe de 2010 que conmocionó a los irlandeses y al mundo. Un flagelo que se actualizó en vísperas de su visita por una espeluznante investigación sobre estos delitos de clérigos de la Justicia de Pensilvania, Estados Unidos. A lo que en 2012 se sumó la detección en buena parte del siglo pasado en casas religiosas gestionadas por monjas de situaciones de semi esclavitud de mujeres vulnerables, la sustracción de sus bebés e incluso el hallazgo de restos de centenares de ellos, muertos por infecciones o malnutrición. Todo lo cual constituyó un golpe durísimo para la Iglesia irlandesa.

Francisco se encontró, además, con una sociedad irlandesa –la más católica de Europa junto con Polonia- que experimentó en los últimos 30 años una sensible pérdida de la religiosidad –el fenómeno de la secularización que vive hace rato el viejo continente también desembarcó en la isla-, quizá favorecida por la omnipresencia de la Iglesia irlandesa. Así, el año pasado se sancionó el matrimonio entre personas del mismo sexo y, del rechazo en un referéndum en 1983 a la legalización del aborto, se pasó en mayo de este año a su holgada aprobación en otro. Como si eso fuese poco, se agregó el último día de su visita –con la evidente intención de dañar el viaje- la difusión de una explosiva carta de un muy cuestionado ex nuncio en EE.UU. en la que acusaba a Francisco de haber encubierto a un cardenal norteamericano abusador y le pedía su renuncia.

El motivo del viaje papal era presidir el Encuentro Mundial de las Familias, un mega evento que la Iglesia realiza cada tres años en sedes rotativas con el fin de potenciar una institución que considera fundamental en tiempos en que esta sufre una severa crisis. Pero también, como diría el pontífice a su regreso a Roma, para “hacerse cargo” de los casos de abusos y de otras gravísimas conductas en la Iglesia irlandesa. Por lo tanto, no buscaba un paso triunfal, sino  -además de alentar a vivir los valores familiares- afrontar las tan lamentables situaciones con reiterados pedidos de perdón, una reunión con víctimas y grandes orientaciones de cara a una regeneración de la Iglesia sobre la base de la búsqueda de la verdad y en la aplicación de la justicia, la reparación en lo que fuere posible pese al paso del tiempo y medidas drásticas para que los delitos no se repitan.

Es cierto que la recepción en el aeropuerto de Dublín, el sábado a la mañana, fue fría. Como también su inmediato desplazamiento al centro cívico. Ya en el Castillo Dublín, en el encuentro con la sociedad civil,  durante el discurso que lo precedió, el primer ministro irlandés, Leo Varadkar, le pidió que “use su posición e influencia” para que las víctimas de abuso “obtengan justicia, verdad y curación aquí y en el mundo” porque “las heridas siguen abiertas y hay mucho que hacer”. Y remató: “Actualmente debemos asegurarnos que las palabras vayan seguidas de acciones”. A su turno, Francisco consideró los abusos “crímenes repugnantes”, reconoció la “justa indignación que suscitaron”, el “fracaso” de la Iglesia en el modo de afrontarlos y, saliendo del texto, se comprometió a terminar con ese flagelo cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

También es verdad que la irlandesa Marie Collins –una víctima de abuso muy respetada que integró la comisión vaticana para la protección de menores creada por Francisco- consideró “decepcionante” el discurso del Papa. Pero horas más tarde participó del encuentro del pontífice con ocho víctimas que se prolongó una hora y media y que fue evaluado positivamente en un comunicado por una parte de ese grupo. En esa ocasión, el pontífice acordó hacer un detallado mea culpa en la multitudinaria misa del día siguiente con la que se cerraría el Encuentro Mundial de las Familias. A medida que pasaban las horas, más gente se volcaba a las calles para ver pasar a Francisco. Entre ellos se mezclaban pequeños grupos que protestaban con carteles por la responsabilidad de la Iglesia jerárquica ante los casos de abusos y los encubrimientos.

Francisco estuvo a media tarde en la pro catedral Santa María, donde advirtió a las familias que  “estamos olvidando de forma lenta, pero inexorable, el lenguaje directo de una caricia, la fuerza de la ternura. No habrá una revolución de amor, sin una revolución de la ternura”. Antes de retirarse oró en una capilla dedicada a las víctimas de abuso. Luego fue al enorme estadio Croke para participar del llamado Festival de las Familias, donde unas 80 mil personas lo recibieron con gran entusiasmo. Allí escuchó el testimonio de seis matrimonios de diversos países, entre ellos, uno de Irak que pasó tres años en un campo de refugiados. Luego, en su mensaje, destacó que “las familias generan paz porque enseñan el amor, la aceptación y el perdón, que son los mejores antídotos contra el odio, los prejuicios y la venganza que envenenan la vida de las personas y las comunidades”.

Al día siguiente, Francisco viajó al santuario mariano de Knock. Ante la imagen de la Virgen reiteró el pedido de perdón por los abusos. En Dublín, en el inmenso Parque Phoenix, medio millón de personas lo aguardaban para la misa. Las 500 mil entradas disponibles se habían agotado ni bien se ofrecieron. Y aunque Juan Pablo II, en 1979, convocó el doble de gente,  la merma se consideró en línea con todo lo que pasó en Irlanda desde entonces. Francisco comenzó la misa con el acordado mea culpa, el más vibrante y detallado del viaje, interrumpido por aplausos.   

Finalmente, en un cita con los obispos irlandeses, el Papa elogió el modo con que hoy están afrontando el flagelo de los abusos. Señaló que “la conmoción” por estos hechos “puso a prueba la fuerte fe de los irlandeses”. Y profetizó que esa fe mostrará el camino para su renovación cristiana. Por lo pronto, su paso por la isla obró como un bálsamo y una guía ante tanto dolor y espanto.

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