Confines incadescentes

Confines incadescentes

Las razones de la crisis entre Venezuela y Colombia. El llamado del Papa: “construir puentes en vez de cerrar fronteras”

por Ricardo de León 

Caracas

Desde hace décadas Venezuela sufre las consecuencias del conflicto armado que existe en Colombia, una mezcla explosiva de tráfico de drogas, guerrilla y el paramilitarismo. El fenómeno, que no es nuevo, ha hecho que cerca de 5 de los 30 millones de venezolanos sean de procedencia colombiana. Como en todo proceso migratorio hay gente trabajadora y otra que se aprovecha de situaciones al margen de la ley para ganarse la vida fácilmente.

Entre dos países vecinos el intercambio comercial es natural. A finales del siglo pasado el negocio en la frontera era la droga, la extorsión y el secuestro, y la lucha estaba en quien podía controlarla. Pero desde que Venezuela posee un récord mundial en devaluación de su moneda (más del 100% interanual), inflación (proyectada en 200% este año) y decrecimiento económico, y por otro lado se ve el crecimiento y fortalecimiento de la economía colombiana, se ha sumado como motor de la “economía” fronteriza el contrabando. Esto se alimenta de falta de controles del lado colombiano en la venta de productos que no pagan impuestos y unos precios de venta del lado venezolano que están desfasados de la realidad.

Venezuela cuenta con un subsidio a la gasolina que la hace la más barata del mundo (con el costo de una Coca-Cola se pueden llenar 10 tanques de 50 litros), haciendo que el precio por litro en Colombia con referencias a los precios internacionales, sea 10.000 veces mayor. En menor medida, pero igual con diferencias abismales pasa con productos alimenticios y de higiene personal que el gobierno venezolano regula su precio de venta, que en muchos casos es menor a su costo de producción. Es por eso que no se justifica, pero se entiende, el negocio que implica comprar en Venezuela y vender en Colombia. El cual permite que cada uno de “los actores” involucrados se quede con una buena tajada del pastel. Esto se evitaría en una economía sana donde “los precios justos” fueran simplemente “los precios” y ambos gobiernos regulen con impuestos las exportaciones e importaciones.

Es cierto que el conflicto armado colombiano afecta a Venezuela, pero el contrabando tiene como principal responsabilidad una política económica fallida por parte del gobierno venezolano. En Venezuela la población sufre el desabastecimiento y eso no es un problema de los colombianos que van a comprar, sino que es un problema de producción nacional. Y el problema de la producción es por una política económica que no permite la libre empresa, por parte de un gobierno que controla desde el otorgamiento de dólares, hasta el inventario y rutas de despacho de todo lo que se importa y produce en el país. En los años 90 era frecuente para muchos venezolanos ir a Colombia para comprar a más bajo precio ciertos productos como los textiles o el café y eso no generó desestabilización o crisis en el vecino país, sino aumento en su producción y crecimiento económico.

Hay un segundo factor que llama la atención: el momento en el que se produce la tensión entre los dos países. Tanto en Venezuela como Colombia están en puertas de procesos electorales. Ambos gobiernos tienen esa presión, pero es sin duda el gobierno de Maduro quien necesita excusas para identificar el causante del fracaso de su modelo. Con este conflicto el gobierno intenta ponerle un rostro al culpable del desabastecimiento. Antes era la guerra económica imperialista, ahora el contrabando colombiano.

La semana pasada estuve cerca de la frontera, donde se ven muchísimos dramas familiares. Las largas colas para llenar gasolina han disminuido, y si a eso le sumamos la inyección de productos de escasez en el mercado, usando presupuesto de campaña electoral para aumentar las importaciones, pareciera que la mesa está servida para hacer creer al pueblo venezolano la nueva película que trate de evitar una derrota electoral que haga perder la mayoría de la Asamblea Nacional en las elecciones del 6 de diciembre.

Es indignante como se ha documentado la violación de los derechos humanos de personas inocentes que viven en las zonas fronterizas. Marcando las casas antes de demolerlas y sin garantizar un proceso pacífico y respetuoso de la dignidad humana. En este sentido los reportes de Amnistía Internacional y Caritas de la Iglesia Católica, junto a las imágenes son elocuentes. Se están separando familias enteras que hacen vida en la frontera por un juego político que busca mantener en el poder a unos pocos. En estos días están ocurriendo también incidentes de este tipo dentro de Venezuela y lejos de la frontera.

Cuando el punto de partida es la ideología y el interés personal o de un grupo, es inevitable caer en un espiral de violencia. La realidad dramática que está viviendo el pueblo en cuanto al desabastecimiento y la inflación, sumado a los altos índices de delincuencia no se soluciona deportando a la fuerza a hermanos colombianos. El deber de un gobierno es generar condiciones que garanticen la justicia y el bien común. Así como no se puede permitir el contrabando, es necesario que de la mano del cumplimiento de la ley se generen las condiciones para la producción nacional, y que los derechos de todos sean respetados.

El pasado 19 de agosto Maduro cerró la frontera en el estado Táchira y recientemente, el 07 de septiembre, ha declarado el estado de excepción en la región fronteriza de La Guajira. El presidente Maduro ha solicitado un encuentro bilateral con Santos, mientras que este último, luego de haber agotado las instancias de la OEA y UNASUR, está buscando un tercer país que sirva de mediador en el encuentro entre las dos partes.

Al mismo tiempo el Papa Francisco ha dicho en el Ángelus: «En estos días, los Obispos de Venezuela y Colombia se han reunido para examinar juntos la dolorosa situación que se ha creado en la frontera entre ambos Países. Veo en este encuentro un claro signo de esperanza. Invito a todos, en particular a los amados pueblos venezolano y colombiano, a rezar para que, con un espíritu de solidaridad y fraternidad, se puedan superar las actuales dificultades» (Papa Francisco, Ángelus 6 de septiembre de 2015).

Es en el encuentro donde debemos poner la esperanza. En otra ocasión – como lo fue el aniversario de la caída del muro de Berlín-, el mismo Papa Francisco nos invitaba a rezar “…para que con la ayuda del Señor y la colaboración de todas las personas de buena voluntad, se difunda cada vez más una cultura del encuentro, capaz de derrumbar todos los muros que todavía dividen el mundo… ¡Donde hay un muro hay un corazón cerrado! ¡Sirven puentes no muros!” (Papa Francisco, Ángeles 9 de noviembre de 2014).

Pero la pregunta que surge es: ¿Qué tipo de experiencia hace falta para favorecer esta cultura del encuentro, para tender puentes y no cerrar fronteras? Este es el camino, recomenzar desde el encuentro. Siempre el encuentro nos sorprende, abre puertas, nos despierta el deseo de construir juntos, de acompañarnos, de perdonarnos, en fin, de construir juntos el bien común.

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