Comenzaron las festividades en honor a Nuestra Madre del Valle

Comenzaron las festividades en honor a Nuestra Madre del Valle

El obispo de Catamarca, monseñor Luis Urbanc, llamó a vivir las fiestas de la Virgen del Valle “desde el prisma de la Misericordia divina”, en el marco de la tradicional bajada de la sagrada imagen de la Virgen del Valle desde el Camarín hasta el presbiterio, dando inicio a las festividades en su honor. La ceremonia fue presidida por el obispo y contó con la presencia de las principales autoridades provinciales y municipales.

El sábado 2 de abril, se llevó a cabo la tradicional Bajada de la Sagrada Imagen desde el Camarín hasta el Presbiterio, dando inicio a las festividades en honor a Nuestra Madre del Valle, bajo el lema “Misericordiosos como el Padre”, en consonancia con el Año Jubilar de la Misericordia convocado por el papa Francisco, y en el marco del Año del Bicentenario de la Declaración de la Independencia de la Patria, el 125° Aniversario de la Coronación Pontificia de la Sagrada Imagen y los 100 años de la Inauguración del Camarín. 

La ceremonia fue presidida por el obispo diocesano de Catamarca, Mons. Luis Urbanc, y contó con la presencia de las principales autoridades provinciales y municipales, encabezadas por la gobernadora, Dra. Lucía Corpacci, y el intendente de San Fernando del Valle de Catamarca, Lic. Raúl Jalil, legisladores y del ámbito de la justicia. 

La imagen cuatro veces centenaria fue llevada en brazos por el obispo, acompañado por sacerdotes del clero catamarqueño, y en su paso hacia el presbiterio fue saludada por las autoridades civiles. 

Los fieles y peregrinos estallaron de júbilo ante la presencia de la Virgen, agitando pañuelos, dando vivas y aplausos, expresaron su amor incondicional a la Reina del Valle. 

Luego de que la imagen fue colocada en el trono festivo, se rezó el Santo Rosario, y se leyó el Santo Evangelio. 

En su reflexión, monseñor Urbanc recordó a San Juan Pablo II, a partir del testimonio de la judia Edith Zirer, quien desde los 10 años hasta los 13 estuvo confinada en Auschwitz, y fue asistida por Karol Wojtyla. “Tal vez, también, a cada uno de nosotros nos hubiera reconfortado haber sido atendidos por este joven polaco, quien después fue nuestro querido papa, san Juan Pablo II. Toda su vida, desde que era seminarista, y luego sacerdote, obispo y Papa, fue una constante donación a los demás. A esta luz entendemos mejor su gran humanidad y delicadeza en el trato con todas las personas y su especial ternura para con los débiles y los enfermos. Él conoció muy de cerca el sufrimiento humano, lo vivió y experimentó en carne propia, y desde joven aprendió a compadecer al hermano doliente, sin importarle edad, raza, sexo, cultura o religión. ¡Esto es ser un buen samaritano!”, manifestó. 

Tomando el texto del Evangelio referido a la parábola del buen samaritano, monseñor Urbanc explicó que "‘prójimo’ son todos los seres humanos, sin distinción alguna, y merecen todo nuestro respeto, nuestra consideración y lo más profundo de nuestro amor. Exactamente como hizo san Juan Pablo II. Lo contrario al egoísmo, a la victimización, a los intereses personales o corporativos, o a la satisfacción de las propias pasiones desordenadas”. “Samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y misericordioso, el que se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y ‘con-padeciendo’ en sus dolores, sino también haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la parábola”, afirmó. 

En el tramo final de su reflexión, el obispo invitó “a que este septenario lo vivamos desde el prisma de la Misericordia Divina para responder comprometidamente a la invitación del papa Francisco, quien nos convocó, el pasado 8 de diciembre, a un Jubileo de la Misericordia, para terminar siendo ‘Misericordiosos como el Padre Celestial’”. 

Texto completo de la homilía 

Queridos devotos y peregrinos: 

Antes que nada quiero compartir con ustedes el testimonio de la judía Edith Zirer, que desde los 10 años hasta los 13 estuvo confinada en el infierno, llamado Auschwitz: "Era una helada mañana de invierno de 1945. Dos días después de la liberación llegué a una pequeña estación ferroviaria entre Czestochowa y Cracovia. Me eché en un rincón de una gran sala donde había docenas de prófugos, todavía con el traje a rayas de los campos de exterminio. Él me vio. Vino con una gran taza de té, la primera bebida caliente que probaba en varias semanas. Después me trajo un bocadillo de queso, hecho con un pan negro, exquisito. Yo no quería comer. Estaba demasiado cansada. Me obligó. Luego me dijo que tenía que caminar para poder subir al tren. Lo intenté, pero me caí al suelo. Entonces me tomó en sus brazos y me llevó durante mucho tiempo, kilómetros, a cuestas, mientras caía la nieve. Recuerdo su chaqueta de color marrón y su voz tranquila que me contaba la muerte de sus padres, de su hermano, y me decía que también él sufría, pero que era necesario no dejarse vencer por el dolor y combatir para vivir con esperanza. Su nombre se me quedó grabado para siempre en mi memoria: Karol Wojtyla. Quisiera hoy darle un ‘gracias’ desde lo más profundo de mi corazón”. 

Hasta aquí este bellísimo y conmovedor testimonio de la vida real, contado por la misma protagonista. Tal vez, también, a cada uno de nosotros nos hubiera reconfortado haber sido atendidos por este joven polaco, que después fue nuestro querido Papa, san Juan Pablo II. Toda su vida, desde que era seminarista, y luego sacerdote, obispo y Papa, fue una constante donación a los demás. A esta luz entendemos mejor su gran humanidad y delicadeza en el trato con todas las personas y su especial ternura para con los débiles y los enfermos. Él conoció muy de cerca el sufrimiento humano, lo vivió y experimentó en carne propia, y desde joven aprendió a compadecer al hermano doliente, sin importarle edad, raza, sexo, cultura o religión. ¡Esto es ser un buen samaritano! 

Acabamos de escuchar el texto de Lucas 10,25-37, en el que Jesús nos cuenta la bella parábola del buen samaritano. Un letrado se le acerca al Señor y le pregunta ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? Y el Señor no duda ni un segundo: cumple el primer mandamiento de la Ley. Es decir, "¡ama a Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo!". Pero el letrado insiste, y para justificar su tramposa intervención, le pregunta a Jesús ¿Quién es mi prójimo? Entonces brota de los labios y del corazón de Jesús esta parábola tan humana y tan llena de misericordia. 

Ahora bien, les pido que noten un detalle fundamental del relato bíblico. El letrado le pregunta a Jesús, simplemente, ¿quién es mi prójimo? Sin embargo, Jesús, al concluir su narración, le pregunta al letrado: "¿Cuál de éstos tres se comportó como prójimo?". Jesús no le da una respuesta teórica y por eso le cambia la pregunta: no basta con saber quién es nuestro prójimo, sino que tenemos que comportarnos como auténticos prójimos de los demás. "Prójimo" no es, por ende, un concepto, una elucubración; ni es sólo el que está a nuestro lado. 

Para Jesús y para el cristiano adquiere una connotación moral y de un fuerte carácter espiritual. "Prójimo" son todos los seres humanos, sin distinción alguna, y merecen todo nuestro respeto, nuestra consideración y lo más profundo de nuestro amor. Exactamente como hace hizo san Juan Pablo II. Lo contrario al egoísmo, a la victimización, a los intereses personales o corporativos, o a la satisfacción de las propias pasiones desordenadas. 

La Beata Teresa de Calcuta solía repetir con frecuencia: "Nunca dejemos que alguien se acerque a nosotros y no se vaya mejor y más feliz. Lo más importante no es lo que damos, sino el AMOR que ponemos al dar. Date tiempo para practicar la caridad. Es la llave del Paraíso". 

San Juan Pablo II, en su encíclica sobre el dolor humano, ‘Salvifici doloris’, afirma que "El samaritano demostró ser el ‘prójimo’ de aquel infeliz que cayó en manos de los ladrones… No nos es lícito ‘pasar de largo’ con indiferencia, sino que debemos ‘detenernos’ al lado del que sufre. Buen samaritano es todo hombre que se detiene al lado del sufrimiento de otro hombre, cualquiera que sea. Y ese detenerse no significa curiosidad, sino disponibilidad" (Salvifici doloris, n. 28). 

Pero no basta con esto, pues sería mera filantropía. Este saber comprender y sufrir con el que sufre; alegrarse con el que se alegra y llorar con el que llora; este "hacerse todo a todos" es "para salvarlos a todos" (cf. 1 Cor 9,22). Samaritano es el que tiene un corazón bueno, compasivo y misericordioso, el que se enternece ante el sufrimiento del otro. Pero, además, que hace todo lo posible por aliviarlo, no sólo compartiendo y "con-padeciendo" en sus dolores, sino también haciendo algo eficaz por remediarlos. Como hizo el samaritano de la parábola. 

El buen samaritano por antonomasia es nuestro buen Jesús. Él "se compadecía y se enternecía de las muchedumbres porque andaban como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36). Y enseguida ponía manos a la obra para remediar sus necesidades espirituales y corporales: las consolaba, les predicaba el amor del Padre; y también curaba sus enfermedades físicas y sanaba toda dolencia, multiplicaba los panes para darles de comer, a los ciegos les devolvía la vista, curaba a los leprosos, resucitaba a los muertos y perdonaba los pecados. Y, al final de su vida terrena, quiso darnos su ser entero en la Eucaristía y en el Calvario, muriendo por nosotros para darnos vida eterna. 

De esta manera, los invito a que este septenario lo vivamos desde el prisma de la Misericordia divina para responder comprometidamente a la invitación del Papa Francisco, quien nos convocó, el pasado 8 de diciembre, a un Jubileo de la Misericordia, para terminar siendo ‘Misericordiosos como el Padre Celestial’. 

Además, en el marco de la Octava de Pascua, se nos juntan dos hechos providenciales relacionados con la Misericordia: *Hoy, el undécimo aniversario de la partida de este mundo del muy amado san Juan Pablo II. *Mañana, Fiesta de la Divina Misericordia, promovida e instituida litúrgicamente por él mismo. 

A tus pies, querida Madre de la Misericordia, depositamos nuestras frágiles vidas y te pedimos que nos ayudes a ser misericordiosos con nuestros semejantes. 

¡Nuestra Madre del Valle! ¡Ruega por nosotros!

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