En Chambésy se decide el futuro del Concilio panortodoxo

En Chambésy se decide el futuro del Concilio panortodoxo

El encuentro en el Lago de Ginebra es uno de los mini ensayos para la unidad de las Iglesias ortodoxas. Y está encontrando un «socio» sui generis en Papa Francisco y su enfoque respetuoso y en sintonía con la sinodalidad ortodoxa

Por GIANNI VALENTE - CIUDAD DEL VATICANO

La cita será mañana en Chambésy. En medio de la semana de oración por la unidad de los cristianos, los primados de las Iglesias ortodoxas autocéfalas se reunirán en el Centro del Lago de Ginebra, puesto de vanguardia suizo del Patriarcado ecuménico de Constantinopla, para decidir si el Santo y Gran Concilio de la Ortodoxia se llevará a cabo verdaderamente o no, si comenzará el próximo 19 de julio y si la inédita reunión global de la cristiandad ortodoxa se llevará a cabo en Estambul, en la sede Patriarcal del Cuerno de Oro, o si habrá que cambiar de sede para no crear problemas a los representantes del Patriarcado de Moscú, huéspedes no tan bienvenidos en la Turquía de Erdogan, después de la explosión de las tensiones con Rusia. 

La «sinaxis» ortodoxa de Chambésy representa un pasaje delicado en el camino de la Ortodoxia. Al final, todos los Primados confirmaron su asistencia, menos los de Antioquía y Polonia (por motivos de salud), y el arzobispo Hyeronimos II de Atenas, por no «razones personales» (que pueden relacionarse con los recientes desencuentros con el Patriarcado de Constantinopla). Pero sus Iglesias estarán representadas por delegados autorizados.

El Gran Concilio ortodoxo lleva incubándose décadas, y con un prurito profetico el Patriarcado de Constantinopla aceleró su convocatoria para afrontar los problemas que afectan a los ortodoxos en el mundo presente. Según el Metropolita de Pérgamo, Ioannis Zizioulas, considerado por muchos el mayor teólogo cristiano vivo, toda la Ortodoxia corre el peligro de la «introversión» y necesita una experiencia sinodal de amplio alcance, si no quiere acabar encerrada en los guetos de la propia auto-marginación. Pero mientras se va acercando el gran evento eclesial, se van también multiplicando las señales de disgusto y de incertidumbre sobre su alcance real, y sobre la necesidad de que se lleve a cabo.

La fase instructora del Concilio, indicó el Metropolita Ruso Hilarion de Volokomask, presidente del departamento de relaciones exteriores del Patriarcado de Moscú, avanza con lentitud: de los ocho documentos preparatorios para el encuentro solamente se ha alcanzado el consenso unánime exigido para tres de ellos, mientras el documento sobre a delicada cuestión dedicada de la autocefalia por ahora ha sido cancelada de la agenda de trabajo. Tampoco se ha llegado a ningún acuerdo sobre los procedimientos que tendrán los trabajos de la asamblea, y recientemente ciertas fricciones han complicado las relaciones entre las Iglesias ortodoxa griega y búlgara y el Patriarcado ecuménico de Constantinopla. Hace pocos días, justamente el Patriarcado ortodoxo de Bulgaria barajó la posibilidad de no participar en el encuentro de Chambésy, indicando que uno de los motivos de esta decisión habría sido la eventual presencia del Primado ortodoxo de las Tierras checas y de Eslovaquia, que no es reconocido por como tal por otras Iglesias ortodoxas.

La frágil consistencia organizativa del Concilio panortodoxo que se está preparando lo expone a presiones de todas dimensiones, nutridas por los tradicionales desencuentros en las relaciones entre las Iglesias de la Ortodoxia. Al mismo tiempo, los organizadores más atentos están convencidos de que ninguna de estas Iglesias asumirá la responsabilidad de sabotear un encuentro tan esperado desde hace muchísimo tiempo, por un simple ajuste las cuentas o para entorpecer aún más el papel de «primis inter pares» que ejerce el Patriarca ecuménico Bartolomé. Las dificultades podrían implicar retrasos o cambiar la sede del Gran Concilio, que podría ser transferido a Patmos, a Salonica o al mismo centro ortodoxo de Chambèsy. El Gran Concilio tal vez debería reconsiderar sus pretensiones y limitar sus objetivos a algunas declaraciones de consenso sobre pocos puntos (y en este sentido cualquier comparación con el Concilio Vaticano II sería impropia). Pero por el momento parece improbable el naufragio absoluto de la gran iniciativa sinodal ortodoxa. A su modo, con su estilo litigante, los jefes de las Iglesias ortodoxas tratarán de dar una prueba concreta de la comunión de fe y doctrina que los tiene unidos desde hace dos mil años, a pesar de alguna suspensión temporal de las relaciones bilaterales y de los conflictos «jurisdiccionales».

Quienes seguramente esperan que el Santo y Gran Concilio ortodoxo tenga un resultado digno y exitoso es la Santa Sede y el Obispo de Roma, Patriarca de Occidente. La Iglesia de Roma sigue y acompaña en amistad y espíritu de fraternidad el proceso en el que están involucradas las Iglesias hermanas ortodoxas. Y Papa Francisco sigue tejiendo una red de relaciones con cada una de ellas (incluidas las más pequeñas) y con sus Primados, manifestando un enfoque absolutamente en sintonía con la eclesiología sinodal ortodoxa. Las constantes relaciones del Sucesor de Pedro con el «hermano Bartolomé», Sucesor de Andrés, siguen siendo evidentes. Y también los contactos con el Patriarcado de Moscú revelan una relación cada vez más intensa entre la Iglesia de Roma y la mayor de las Iglesias ortodoxas, que va más allá de las convenciones de la etiqueta «ecumenista» ( y no hay que olvidar la simpatía que ha manifestado por Papa Francisco «el zar» Putin). E 2015, el Metropolita Hilarion, «número dos» del Patriarcado moscovita, estuvo cuatro veces en Roma y se reunió en dos ocasiones con Papa Francisco en largas audiencias privadas. El mismo Patriarca Kirill elogió en abril del año pasado la mirada de la Santa Sede sobre el conflicto en Ucrania, reconociendo que «Papa Francisco y la Secretaría de Estado han tomado una posición autorizada sobre la situación en Ucrania, evitando afirmaciones unilaterales e invocando el fin de la guerra fratricida». La Iglesia de Roma, por su parte, no se aprovecha del dualismo crónico entre el Patriarcado de Moscú y la «Iglesia madre» de Constantinopla: también en este aspecto funciona la actitud de Roma al favorecer la unidad entre los hermanos ortodoxos. Además, Papa Francisco demuestra que no quiere reducir las relaciones con la Ortodoxia a gestos de atención y sintonía dirigidos solamente a los Patriarcas Kiril y Bartolomé, y no parece moverse en la óptica de los cultores de la polaca eclesiástica. También han aumentado las relaciones fraternas con el Patriarca rumeno Daniel; mientras que el Patriarca serbio, Ireney, quedó favorablemente sorprendido por la decisión del Papa de crear un grupo mixto de trabajo, encargado de estudiar la historia de las relaciones entre croatas y serbios durante la Segunda Guerra Mundial, y por el papel que desempeñó en este contexto el cardenal croata Aloisiye Stepinac. Hace casi un año, el mismo Patriarca Ireney expresó en una carta al Papa sus reservas ante la posible canonización del ya beato Stepinac. La tarea de la comisión de estudio, con el apoyo del Papa en persona (como recordó el dominico Hyacinthe Destivelle, encargado de las relaciones con los ortodoxos eslavos en el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos), no habría sido la de «interferir en un proceso de canonización, que es una cuestión interna de la Iglesia, sino la de favorecer la purificación de la memoria, necesaria para la reconciliación entre las Iglesias y entre los pueblos». Gracias a un proceso semejante de reinterpretación común de la historia, indicó Destivelle, fue posible cancelar las recíprocas excomuniones de 1054 entre la Iglesia de Roma y la de Constantinopla, con un acto conjunto del beato Papa Pablo VI y del Patriarca ecuménico Atenágoras, el 7 de diciembre de 1965. El pasado 16 de enero una delegación de la Iglesia serbia ortodoxa viajó a Roma para presentar algunas propuestas relacionadas con la futura composición del grupo mixto de trabajo. Formaba parte de la delegación también el profesor Darko Tanaskovic, estudioso de relieve, y hasta 2007 inolvidable embajador de Serbia ante la Santa Sede.

Así, Papa Francisco se expone también al peligro de las incomprensiones de algunos sectores de la Europa oriental, con tal de sugerir a las Iglesias ortodoxas lo que ya había puesto de manifiesto el Concilio Vaticano II y que el mismo Obispo de Roma ha repetido en la última carta enviada al Patriarca ecuménico Bartolomé, en ocasión de la última fiesta patronal de San Andrés: hay que tomar nota, y manifestarlo junto con todas las Iglesias de la Ortodoxia, que entre los católicos y los ortodoxos «ya no hay ningún obstáculo para la comunión eucarística que no pueda ser superado mediante la oración, la purificación de los corazones, el diálogo y la afirmación de la verdad».

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