Caso Barros: Por qué la investigación vaticana puede dejar mal parada a la Iglesia chilena

Caso Barros: Por qué la investigación vaticana puede dejar mal parada a la Iglesia chilena

Si el informe de monseñor Scicluna halla evidencia de que el obispo de Osorno encubrió los abusos del cura Fernando Karadima, los eclesiásticos chilenos están en jaque por haberle ocultado información al Papa. Por Sergio Rubin.

Por Sergio Rubin

Monseñor Charles Scicluna, el calificado enviado papal a Chile para investigar si el obispo Juan Barros encubrió los abusos de su mentor espiritual, el padre Fernando Karadima, acaba de regresar a Roma.  Sólo él y su asistente, el padre Jordi Bertomeu, saben si hay serias evidencias, como parece, para incriminarlo,  luego de haber escuchado el testimonio de víctimas de Karadima no sólo en Santiago, sino en una escala previa en Nueva York, donde escucharon al principal acusador de Barros, el periodista Juan Carlos Cruz. En caso afirmativo, no solamente la suerte del obispo de Osorno estaría prácticamente sellada –mediaría seguramente un juicio eclesiástico, a no ser que renuncie- y sus acusadores respirarían aliviados, sino que afloraría un escándalo acaso aún mayor porque habría que concluir que la cúpula de la Iglesia chilena no lo informó correctamente al Papa. Y entonces cabría la pregunta, que bordearía la afirmación: ¿Lo engañaron?

Es que hasta su vuelta de Chile, cuando decidió comisionar a Scicluna, Francisco defendía sin retaceos a Barros. Ya en 2015, a poco de haberlo nombrado obispo de Osorno –hasta entonces era obispo castrense por decisión de Juan Pablo II- y ante la airada reacción de las víctimas de Karadima y una suerte de rebelión de laicos del nuevo destino de Barros, dijo ante un grupo de irritados chilenos en la Plaza de San Pedro que las acusaciones eran un invento de “los zurdos”, caldeando más los ánimos. Pero el malestar llegó a su punto máximo cuando en Iquique consideró que las imputaciones eran una calumnia porque no había “pruebas”. Luego, en el vuelo de regreso, reculó parcialmente tras ser cuestionado por el prestigioso arzobispo de Boston, el cardenal Sean O’Malley, al pedir perdón a las víctimas y admitir que no se podían exigir pruebas por este tipo de delitos. Ahora bien: “De Roma viene lo que a Roma va”, reza una máxima eclesiástica.

Una de las primeras voces independientes que se alzó para enarbolar la hipótesis del engaño fue Marta Lagos, la directora de Latinobarómetro, la consultora de opinión pública que en vísperas de la llegada de Francisco a Chile reveló que la Iglesia chilena es la que más cayó en imagen y más fieles perdió en los últimos años en América Latina, y el país trasandino es la nación de la región donde el pontífice argentino tiene la menor valoración de la región. “Cuando el Papa llega a Chile se da cuenta de que la versión que tenía sobre el caso Barros no era completa (…). Entonces el dice ‘aquí hay algo más y decide mandar a un inspector (Scicluna), justamente porque no cree en la objetividad de los obispos”, afirmó. Y concluyó: “Es un cuestionamiento muy fuerte a la Iglesia chilena porque desautoriza los antecedentes que le había entregado y quedó en evidencia que estaban escondiendo información o entregándola parcialmente”.

Las víctimas de Karadima desde un primer momento se quejaron por la falta de receptividad de sus denuncias y luego por desestimar las imputaciones contra Barros de parte de la cúpula de la Iglesia chilena. Y también de una pieza clave a la hora de informar al pontífice: el Nuncio Apostólico, Ivo Scapolo. Ello en el marco de la conformación de una Iglesia mas bien conservadora, percibida como alejada de la gente, a años luz de aquella que lideró el legendario cardenal Silva Enríquez, quien supo enfrentar con valentía a la dictadura de Pinochet. Esta nueva conformación tiene para muchos observadores un artífice: el conservador cardenal Angelo Sodano, quien fue precisamente Nuncio en Chile en los últimos 10 años del gobierno militar y, desde 1990, secretario de Estado del Vaticano, con un enorme poder que crecía a la par que declinaba la salud de Juan Pablo II. Como también aumentaban las sospechas de cometer manejos económicos poco transparentes.

El reputado diario italiano La Croix lo expresó esta semana con todas las letras: el escándalo de los abusos sexuales y encubrimientos en Chile “pondrá punto final a su largo reinado (de Sodano) como valedor del Vaticano” porque “sus huellas están por todas partes” en la Iglesia chilena. Lo curioso es que Sodano –que tejió una relación privilegiada con el entonces presidente Carlos Menem por el alineamiento Vaticano-Gobierno contra el aborto en los foros internacionales y que hace una década dejó la secretaría de Estado por disposición de Benedicto XVI- fue una amenaza para el entonces cardenal Jorge Bergoglio, ya que veía con agrado las operaciones para desplazarlo del arzobispado porteño que, paradójicamente, propiciaban los sectores católicos más conservadores y el kirchnerismo. Si el informe de Scicluna al Papa se inclina por la culpabilidad de Barros, habrá que concluir que Sodano es para Bergoglio una carga que le sigue pesando. De todas formas, Francisco le reconoció al cardenal en diciembre, en la misa por sus 90 años, ser un “hombre eclesialmente disciplinado”. Un elogio casi militar. Pero elogio al fin. Habrá que celebrar la coherencia de Francisco. Porque, al fin de cuentas, la principal bandera de su papado es la misericordia.

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