La carmelita que ayuda a transexuales

El testimonio de vida de la hermana Mónica Astorga marca un antes y después en quienes conocen su obra. En la lucha diaria para que cada una recupere su dignidad, su experiencia personal y de fe transmite la infinita misericordia de Dios con cada uno de nosotros.

Por: Federico Wals.

“Uno a veces piensa en un transexual y se imagina una súper producción de pelo y maquillaje y cuando me encontré con Kati  fue como si me hubiera encontrado con una vecina de mi barrio… era alguien común, simple y ahí nació mi primer conflicto: ¿Cómo la/lo trato? Y esa fue la primera pregunta que le hice a Mónica. Yo a la gente la trato como se presenta, me respondió. Y así lo hice” cuenta María Laura Favarel, quien viajó a Neuquén al encuentro de la primera de las cinco historias que le cambiaron su percepción de ciertos conceptos que tenía sobre esa mundo poco conocido.

Durante cinco días, esta periodista rosarina alternó entre el convento de clausura carmelita donde vive la hermana Mónica a las afueras de la ciudad de Neuquén y las chicas trans; fueron días de escucha, de acompañamiento, de largas rondas de mate, de silencios y de mucho dolor después de cada  entrevista porque nunca me imaginé el sufrimiento por el que pasan estas personas… uno puede llegar a imaginarse algunas cosas pero no las que pasa una persona trans en el sentido del conflicto que viven internamente entre la dificultad de entenderse, el sentirse de una manera y verse de otra” dice María Laura en una charla con Caminos Religiosos.

Fruto de esa experiencia nace su primer libro, ‘Acariciar las heridas’ (Editorial Logos) en el cual conocemos a una monja carmelita de clausura que desde su timidez y parquedad de palabras (“habla con mucha seguridad. Es una topadora, no te pongas adelante porque te arrolla” reconoce), se volvió desde hace 9 años un referente para laicos y religiosos sobre como afrontar esta realidad entendiendo y aceptando que cada uno tiene dignidad por el sólo hecho de ser persona, indistintamente de su condición sexual. Las Carmelitas, aunque están lejos de la sociedad por su vida de clausura, están cerca del dolor.

Si bien el Catecismo de la Iglesia Católica afirma en el canon 2358 que aquellas personas con tendencias homosexuales ‘deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza’ evitando ‘todo signo de discriminación injusta’, la realidad incluso dentro de la misma Iglesia es distinta. “Por su condición sienten tal nivel de desprecio y rechazo por parte de la sociedad, que incluso algunas se sorprendieron cuando la hermana Mónica, en uno de los primeros encuentros, les propuso rezar: ‘¿Pero te parece que yo puedo rezar?’ le dijo una de las chicas poniendo en evidencia un sentimiento común, la de no sentirse queridas por Dios ni dignas de su amor” agrega Laura. 

Con la ayuda y el acompañamiento del obispo de la diócesis, Mons. Virginio Bressanelli, pudieron obtener un terreno en el cual edificar (y sueñan con ampliar) un lugar donde vivir, tienen un espacio para trabajar y aprender oficios; una de las ideas de Mónica es construir un geriátrico atendido por trans, ya que tienen una sensibilidad especial unida a la fuerza física. Pero este camino dentro de la Iglesia no es fácil porque a pesar del apoyo de su obispo y de la congregación, aún tiene resistencias de sacerdotes, a punto tal que no consigue alguno que pueda acompañar a la comunidad trans.

“Hoy puedo darme cuenta de que Dios nunca me dejó. Yo fui la primera rescatada por El, porque si bien nos faltaba de todo, cuando tocábamos fondo entonces aparecía la generosidad de un vecino, o el donativo de alguien, que nos permitía seguir adelante” sorprende diciendo… la hermana Mónica. Sí. Ella. Esta carmelita también tuvo una vida difícil, lejos de lo que uno podría imaginar por el amor, la fuerza y la alegría de Dios que transmite en sus palabras y gestos. Pero Dios nunca la dejó. De chica sufrió mucho el abandono de su papá a quien finalmente, de grande y ya con varios años de religiosa, logró perdonar después de un largo proceso interior. Pasó hambre y vivió en la marginalidad pero siempre hubo alguien que providencialmente le tendía una mano. Y es desde este lugar que uno puede entender aún mas las historias de estas chicas que por su condición sufren el haber sido echadas de sus casas, y que paradójicamente en el convento encontraron un hogar.

Ese hogar que perdieron cuando fueron echadas de los suyos porque así como no es común que en los trans haya habido abuso sexual, sí es común que los hayan expulsado de sus hogares… ¿Que se les dice a los padres que tienen un hijo gay, lesbiana, trans o que no se siente identificado con su cuerpo? “Los padres tienen que quererlo igual, no dejen de querer a su hijo, por favor” clama la hermana Mónica porque en la medida que los padres expulsan a sus hijos del hogar, la situación se agrava. “Cuando dejas tu casa se te termina todo, porque ya no sos lo que eras; dejas tu ropa, el trabajo, la escuela, tu familia, todo. Me ví sin nada” rememora Kati en su taller de costura. La prostitución, la droga, la calle, las mafias y la violencia de género se transforman entonces en un patrón.

Conocer la historia de Mónica y ‘sus chicas’ es conocer a “los leprosos de la época de Jesús” como le dijo Francisco, a quien conoce desde sus años de obispo de Buenos Aires. Conocer la historia de Mónica implica asumir el desafío de acompañar como iglesia que somos a todo aquel que es descartado y excluido del ‘radio de acción’ de nuestra fe; la riqueza de la historia de Mónica radica no solo en romper prejuicios y aceptar al diferente, sino en mostrarnos la infinita misericordia de Dios.

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