Belén; donde los niños enfermos reúnen a cristianos y musulmanes

Belén; donde los niños enfermos reúnen a cristianos y musulmanes

Historias de supervivencia entre los que creen en Cristo y los que creen en Mahoma. Viaje a Cisjordania, al Caritas Baby Hospital, cuna de tenaces alianzas por el bien de los pequeños

Por CRISTINA UGUCCIONI

 

Esta historia comenzó en la Tierra Santa, en Belén, en 1952: era Noche Vieja y el sacerdote suizo Ernst Schnydrig, que había lelgado en peregrinaje, fue a visitar la Basílica de la Natividad. Al pasar por un campo de refugiados vio a un padre tratando de sepultar a su hijo, que había muerto (descubrió) por falta de asistencia: en el campo la mortandad infantil era muy elevada. Conmovido, se preguntó cómo podía ayudar. Poco tiempo después, en compañía de un médico palestino, decidió alquilar dos habitaciones y comenzó a ofrecer asistencia a los niños. Su sueño era construir un hospital y promovió la iniciativa en Suiza y Alemania, en donde era miembro de la Caritas. Nació la asociación helvético-germana Kinderhilfe Bethlehem, que reunió los fondos necesarios y obtuvo un terreno gracias a la Custodia de la Tierra Santa. En 1978 fue inaugurado el hospital, el Caritas Baby Hospital. La vida cotidiana de esta estructura sanitaria, a la que cada año acuden 35 mil pequeños pacientes y que hospitaliza a alrededor de 5 mil, describe la complicidad tenaz y fecunda, los vínculos fuertes que se encienden entre los seres humanos cuando se alían y se sostienen entre sí para dar esperanza y un futuro a los niños frágiles y heridos. 

 

El lema del hospital  

 

En la actualidad el Caritas Baby Hospital es el único hospital infantil de Cisjordania. Se sostiene principalmente con donaciones de benefactores privados, cuenta con 82 camas y acoge a niños cristianos y musulmanes (desde los primeros días de vida hasta los 14 años) que viven en Belén y alrededores. Trabajan allí 248 personas, principalmente mujeres: un tercio son musulmanas y dos terceras partes cristianas (católicas y ortodoxas). Entre ellas está Lucía Corradin, de 48 años, que es responsable de la seguridad y de la calidad del hospital; pertenece a la Congregación de las Monjas Terciarias Franciscanas Isabelinas de Padua. «Las relaciones entre nosotros son muy serenas –explicó–, de colaboración y respeto. La religión no constituye ningún motivo de división. A veces, cuando hay tensiones exteriores, algunos tratan de discutir, pero inmediatamente lo que prevalece es la profesionalidad, el deseo de ayudar a los pequeños, el sentido de responsabilidad y, por lo tanto, la diferencia de la fe profesada no tiene ni relevancia ni influencia. Nos sentimos impulsados a honrar el lema del hospital, que dice “Estamos aquí por los niños y por las mamás”. Hacemos trabajo en equipo, nos animamos y apoyamos recíprocamente, impulsados por el mismo objetivo: prestar las mejores curas y garantizar a las madres los cuidados que requieren». 

 

La enfermera musulmana  

 

Las palabras de sor Lucía resuenan en las de Rasha Hasan Mohammad Said, musulmana de 42 años, casada y madre de tres chicas; trabaja desde hace 22 años como enfermera en el hospital. «Me gusta mucho prestar servicio aquí –dijo–, para mí es como tener otra familia y otra casa: encuentro a personas con las que puedo compartir todos mis pensamientos. He aprendido mucho durante estos años: cómo resolver los problemas, cómo prestar ayuda y buscar un futuro mejor para todos, cómo dar concreción a nuestras ideas. Mi relación con las colegas cristianas es de las mejores, hay una relación especial entre nosotras. Más en general, puedo decir que tengo relaciones excelentes con los cristianos; aprecio el respeto que de ofrecen y la manera en la que desde siempre me han apoyado. Me considero afortunada porque muchos de ellos forman parte de mi cotidianidad. Sé que tengo una gran familia». 

 

La alianza entre las madres  

 

En el hospital también se ocupan de las madres de los pequeños pacientes: se construyó una residencia “ad hoc” para ellas, en la que pueden quedarse durante la hospitalización de sus hijos. También cuenta con un servicio de acompañamiento y formación. Es importante que los padres sean capaces de proseguir con las curas de sus niños (sobre todo cuando sufren de patologías crónicas o congénitas) después de que los den de alta. Sor Lucía explica: «Por esta razón le proponemos a las madres encuentros individuales y de grupo durante los cuales ofrecemos todas las indicaciones médicas necesarias. Además, algunos asistentes sociales siguen a las familias que viven en condiciones de precariedad». 

 

Compartir el sufrimiento y la esperanza  

 

Los encuentros organizados para las madres tienen como objetivo favorecer y desarrollar vínculos de amistad: «El sufrimiento del propio hijo excava un hoyo negro en el alma de cada mujer: poder compartir el dolor, la preocupación, la esperanza, se convierte en una experiencia fundamental», subrayó sor Lucía. «Con el paso de los años he podido constatar que muchas mamás cristianas y musulmanas, en particular las que tienen hijos con las mismas patologías, viven hombro con hombro en los corredores y participan en nuestros encuentros, se han vuelto amigas, han adquirido confianza las unas en las otras y, al dejar el hospital, han seguido viéndose, intercambiando consejos, apoyándose. Y también, de puerta en puerta, han involucrado a otras mujeres que han venido a curar a sus hijos. Y así nacen nuevas amistades con otras madres. Es una buena red que crece día a día y que, esperamos, podría contribuir a la calidad de las relaciones entre cristianos y musulmanes. Estas relaciones en la ciudad de Belén son serenas y, sin duda, han mejorado con respecto al pasado». 

 

Una vía al alcance de todos  

 

Rasha cuenta que tiene muchos amigos cristianos: «Nos vemos regularmente, vamos a casa de los otros. Y también mis hijas, tanto en la escuela como en la zona en la que vivimos, han construido vínculos de sincera amistad con chicas de fe cristiana». Y, reflexionando sobre su tierra, afirmó: «Los musulmanes y los cristianos han vivido aquí juntos durante mucho tiempo: hemos aprendido a tratarnos con respeto y benevolencia recíprocos, a reconocer los unos en los otros la común humanidad independientemente de la religión a la que pertenecemos”. Y sor Lucía indicó al respecto: «Para construir un mundo más justo, creo que la vía maestra que hay que recorrer, al alcance de todos, es justamente apreciar la común humanidad, recibida en don gratuitamente (que incluye, por ejemplo, nuestra capacidad de compasión, de solidaridad, de protección del débil): entre más sigamos siendo humanos (considerándonos diferentes, pero no enemigos), será más posible estar de acuerdo y tejer vínculos pacíficos y realmente fecundos». 

 

Creer en lo humano  

 

Ambas, para concluir, expresan una convicción: «Estamos convencidas de que las personas auténticamente religiosas (aunque pertenezcan a religiones diferentes), que viven y trabajan juntas en la concordia, pueden enseñarle al mundo que, en cuanto seres humanos, es posible vivir en paz: pensamos que quien quiera es capaz de alcanzar este objetivo, si cree verdaderamente en lo humano».  

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