Aquellos “conservadores carentes de tradición” que hacen exámenes de doctrina a Ratzinger

Aquellos “conservadores carentes de tradición” que hacen exámenes de doctrina a Ratzinger

De los escritos sobre el Concilio del futuro Benedicto XVI emergen juicios útiles para leer la actual estación eclesiástica: las críticas al Vaticano II y a los Papas conciliares y post-conciliares que unen a muchos de los acusadores de Francisco

El libro de Enrico Maria Radaelli sobre el pensamiento teológico de Joseph Ratzinger, avalado por el teólogo Antonio Livi, en el cual se sostiene que precisamente el futuro Benedicto XVI y su obra “Introducción al cristianismo” han ayudado a difundir y consolidar la “teología modernista” con “su evidente deriva herética”, contribuye a aclarar la situación. Confirma que muchos de los críticos del actual pontificado no solo son o han sido críticos del pontificado de los predecesores sino que critican el Concilio Ecuménico Vaticano II.  

  

En el volumen VII de la Obra Omnia de Joseph Ratzinger, publicado hace poco más de un año, que contiene los escritos del futuro Papa del Concilio y sobre el Concilio, se puede encontrar un juicio actual como nunca para leer no solo el debate interno en el Vaticano II sino también el actual periodo eclesiástico. En el resumen que el joven teólogo alemán dedica al tercer periodo conciliar existen algunas páginas sobre la famosa “Nota explicativa previa”, el texto añadido al final de la Constitución apostólica Lumen Gentium, firmado por el cardenal Pericle Felici para explicar los criterios con los que debían ser leídos los capítulos sobre la colegialidad episcopal que la minoría conciliar criticaba considerándolos una posible pérdida de poder de la autoridad del Pontífice.  

  

El profesor Ratzinger, que demuestra no apreciar la “Nota previa”, escribe que en el Concilio se habían manifestado claramente dos opciones contrastantes. Por un lado “un pensamiento que nace de toda la vasta Tradición cristiana y, en base a ésta, intenta describir la constante amplitud de las posibilidades eclesiales”. Por el otro “un pensamiento puramente sistemático que admite solo la presente forma jurídica de la Iglesia como criterio de sus reflexiones, y por tanto, necesariamente teme que cualquier movimiento fuera de ésta caiga en el vacío”. El “conservadurismo” de esta segunda opción, según Ratzinger, fue arraigado “en su extrañeza a la historia y por tanto, básicamente, en una “deficiencia” de Tradición, es decir, de apertura hacia la historia cristiana”. 

 

Esta descripción del futuro Benedicto XVI da la vuelta en su época al esquema según el cual el Concilio se caracterizaba por un conflicto entre “conservadores” preocupados por las posibles “rasgaduras” de la Tradición y los “progresistas” con tendencias modernistas. Para Ratzinger la situación era exactamente la contraria: eran los llamados “progresistas”, o al menos, “la mayor parte de ellos” los que trabajaban para una “vuelta a la amplitud y a la riqueza de lo que había sido transmitido”. Redescubriendo las fuentes de la esperada renovación precisamente en la “amplitud intrínseca de la Iglesia”. 

  

“La Tradición y el magisterio” escribía entonces Joseph Ratzinger, “deben siempre desarrollar el germen contenido en la Escritura”. Porque la Iglesia, Esposa de Cristo, no es una entidad sacra auto suficiente, más allá del tiempo y del espacio. Ésta se reconoce a sí misma como una realidad que camina en la historia permaneciendo dependiente paso a paso de la gracia operante de Cristo “continuamente necesitada de renovación”, puesta “bajo la señal de la debilidad y del pecado”, y por ésto “necesita siempre de la ternura de Dios que la perdona”.  

  

Llama la atención, en las palabras con las que Ratzinger describe las dos posiciones contrapuestas en el Concilio, aquella referencia al “pensamiento puramente sistemático” que parece caracterizar también a muchos de los críticos de hoy. Una fe reducida a axiomas, a pensamiento filosófico, a la demostración racional que corre el riesgo de ser desencarnada y que se convierte en un pensamiento “puramente sistemático” usado para hacer los exámenes de doctrina incluso al Papa.  

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