“Ante los abusos hace falta un cambio cultural”

“Ante los abusos hace falta un cambio cultural”

Davide Cito, experto canonista, repasa los principales desafíos que los abusos sexuales, de poder y de conciencia presentan a la Iglesia católica

Contra los abusos, la ley eclesiástica no basta. Es urgente un cambio de mentalidad. Y la Iglesia, poco a poco, está cambiando. Hace falta que obispos e instituciones católica pongan en práctica las medidas establecidas ya por Benedicto XVI. Pese al clamor mediático, el Papa Francisco no causó la actual crisis, que data de muchos años atrás. Son reflexiones de Davide Cito, especialista en derecho penal canónico, catedrático de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma y director del Instituto de Ciencias Religiosas al Apollinare. En entrevista con el Vatican Insider repasa los principales desafíos que los abusos presentan a la Iglesia católica. 

  

Hasta hace poco tiempo se creía que las grandes crisis por los abusos sexuales habían sido abordadas a fondo ya en el pontificado de Benedicto XVI, pero ahora el problema vuelve. ¿Qué pasó? 

«Creo que desde el punto de vista jurídico los pasos dados por Benedicto, que no han sido cambiados, permanecen válidos. Lo que se advierte es que no se trata sólo de un desafío jurídico sino cultural, una sensibilidad de respuesta ante estos hechos. Los instrumentos existen, pero hay que usarlos. De hecho, el Papa pide responder inmediatamente. Es una cuestión cultural, de preparación, de un clima de transparencia que poco a poco se está realizando en la Iglesia. Pero cada lugar es distinto, no existe una uniformidad desde este punto de vista». 

  

Aunque muchos de los casos denunciados en Estados Unidos y otros lugares ocurrieron mucho tiempo atrás, siguen viéndose como situaciones actuales. ¿Cómo afrontar esos fantasmas del pasado? 

«El Papa lo dijo y todos los notaron que la mayoría de los casos son precedentes al año 2002 pero, por otro lado, no importa -el mismo Papa lo ha ratificado- que los hechos hayan ocurrido antes; Aunque sean antiguos nos deben interrogar aún hoy sobre la gravedad de los mismos. Porque podría decirse: prescribió, pasó mucho tiempo y me olvido. No, no es verdad, estas heridas no prescriben y deben suscitar en el pueblo de Dios una respuesta fuerte de conversión. Asumir esto es parte de un proceso que lentamente está llegando en la Iglesia, de rechazo de este tipo de abusos y violencia, utilizando instrumentos adecuados».  

  

Desde el inicio del pontificado Francisco de “tolerancia cero”, pero parece que debieron ocurrir crisis en Chile, Estados Unidos y otras latitudes para que decidiese ocuparse prioritariamente de eso. ¿El Papa se dio cuenta poco a poco de la magnitud del problema? 

«Absolutamente sí, en la historia de la Iglesia muchas cosas se aprenden en el camino. El abuso de conciencia, que podría parecer una cosa de nada, en la Iglesia tiene un peso enorme, sobre todo con respecto a los jóvenes. El abuso de conciencia es más fácil allí donde se tiene radicalidad evangélica, por eso se debe tener mucho cuidado. Porque las personas son generosas, confían y son más fácilmente manipulables. La persona debe ser educada en el discernimiento y la libertad».  

  

En su reciente carta al pueblo de Dios sobre este problema, el Papa insiste en que deben ponerse en práctica los protocolos y las reglas establecidas, ¿Una parte de la Iglesia no cumplió con lo prescrito ya desde tiempos de Benedicto? 

«Es posible. Más que no poner en práctica, muchas veces se subestima el problema para evitar que se diga: “Tienes la obsesión de la pedofilia, la Iglesia no es sólo pedofilia porque tiene mucho más de que ocuparse”. Lo importante es encontrar un equilibrio, no ser obsesivos porque esa no es la única cosa, pero no decir simplemente: “ehhh bueno, ya lo entendimos” cuando en realidad todo esto necesita de una implementación. Lo que no se puede pedir a la Iglesia en todo el mundo, que es tan diversa, es la misma rapidez de respuesta que se tiene en Estados Unidos. Los lugares son diferentes, incluso en el mismo país las mentalidades son distintas». 

  

¿Puede ser que muchos episcopados no se den cuenta que deben actuar para no encontrarse después ante crisis más graves? 

«El Papa fue inteligente al decidir que, para juzgar a los obispos, no se necesita un tribunal universal. Lo que quisiera es que sea claro cuando un obispo es removido por este motivo, por la transparencia. No iría contra la buena fama de las personas, va a favor de la justicia». 

  

¿Existe todavía desconfianza con respecto a esto? 

«Si. No hablemos, por ejemplo, en lugares donde la realidad episcopal domina sobre la sociedad como, por ejemplo, en África. Allí donde el párroco es jefe de todo, complica las cosas». 

  

En Estados Unidos se pensaba que con la crisis de 2002 y las medidas tomadas después por la Conferencia Episcopal ya se había abordado el problema en su conjunto, pero el informe del gran jurado en Pensilvania demuestra que no era así, ¿le sorprende? 

«La aparición del informe de Pensilvania me sorprendió, pensaba que el famoso reporte, muy exhaustivo, del John Jay College había aclarado las cosas diócesis por diócesis, pero en realidad no. Quizás era un primer sondeo y ahora otras personas abusadas han dicho: “No, un momento, existo yo también”. Tal vez porque los abusados eran muchos más de los que parecía en un inicio. Ahora la gente siente cada vez más la necesidad de denunciar que fueron víctimas. Aunque se niegue, estos abusos dejan una huella por mucho tiempo». 

  

Antes, en la Iglesia, las víctimas eran estigmatizadas. ¿Cambió la sensibilidad? 

«Cambió la Iglesia y la sociedad civil, en ambos espacios se dan situaciones similares. No es un problema simplemente eclesial sino de la sociedad, y la Iglesia obviamente es parte de la sociedad».  

  

¿Hay que prepararse para nuevas revelaciones? 

«Quizás, pero en la medida en que exista mayor sensibilidad y conciencia no habrá más necesidad. Muchas de estas cosas sirven para despertar las conciencias. Aunque resulta muy difícil también por qué, siempre detrás de estas cosas existen relaciones fuertes: o familiares, o religiosas, o profesionales. No es la violencia por la calle, esa lo denuncian todos. Estos delitos ponen en crisis una red de relaciones y valores importantes para la víctima, que debe considerar lo que gana y lo que pierde». 

  

¿Cuál es el rol del Papa Francisco en esta crisis? ¿Es suya la culpa? 

«Él, por desgracia, heredó lo que ahora se está viviendo. Si me dijesen que los problemas fueron del 2015 en adelante, podría ser. Él no causó las cosas que salen a la luz ahora, de eso no hay dudas. Pero también pone la cara y se asume la responsabilidad. En todo caso está mirando cuál debería ser la respuesta evangélica de la Iglesia a estos problemas. Por mi parte auguro que todos estos temas vayan a la justicia civil, que no sean juzgados en la Iglesia. Son crímenes como el homicidio, la Iglesia no tiene los instrumentos para hacer investigaciones profundas».  

  

Ante el clamor mediático, ¿puede existir la tentación de arreglar todo buscando chivos expiatorios? 

«En la Iglesia el problema es cómo cambiar una mentalidad. Lo que digan fuera de la Iglesia importa menos, lo que importa es que la Iglesia sea fiel al evangelio».  

  

¿A dónde apuntar para este cambio de mentalidad? 

«A la transparencia, a la lealtad y al hecho que las víctimas sean acogidas bien, que no sean despreciadas. Al mismo tiempo no es posible pensar que se logre eliminar definitivamente estas prácticas porque, para ello, haría falta eliminar el mal del mundo. No se puede, pero al menos que se reduzca lo más posible». 

  

Al menos que la Iglesia, cuando existen estos casos, intervenga… 

«Así es, que intervenga en forma eficaz y lo diga públicamente, que sea claro. Que se diga: “tal obispo, tal persona, fue removida por esta causa”».  

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