La aldea de Kazajistán de los niños cuidados por cristianos y musulmanes

La aldea de Kazajistán de los niños cuidados por cristianos y musulmanes

Historias de convivencia entre los seguidores de ambas religiones. Viaje a Talgar, en donde jóvenes vidas solas y excluidas vuelven a la vida y a tener esperanzas para el futuro

Desmintiendo a quienes burdamente exaltan y proponen como práctica normal ocuparse solo de uno mismo y de los propios seres queridos, cada día millones de hombres y mujeres por todas partes en el planeta cuidan a los hijos de otros: lo hacen con dedicación, alegría, seriedad, competencia También sucede en Kazajistán, un país con 17 millones de habitantes que pertenecen a 130 nacionalidades diferentes. Aquí, hombres y mujeres (cristianos y musulmanes) se han aliado para cuidar a niños huérfanos, discapacitados o de familias con serios problemas.

 

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La Aldea del Arca

Todo comenzó hace 20 años en Almaty (la ciudad más poblada del país), cuando le pidieron al padre Guido Trezzani que colaborara con los voluntarios que prestan servicio en los orfanatos locales. En pocos años, el sacerdote y los voluntarios (gracias al apoyo de algunos amigos italianos) fundaron, a 30 kilómetros de la ciudad, en la aldea de Talgar, una casa-familia que recibe a niños y chicos huérfanos, discapacitados o de familias que están pasando momentos de dificultades. Esta casa, que se encuentra en una pequeña colonia veraniega de la época soviética, se ha ido ampliando hasta convertirse en la Aldea del Arca, con viviendas, escuela, comedor, centro médico y de rehabilitación: en la actualidad aloja a 60 niños y chicos cristianos y musulmanes. Junto con sus colaboradores, el padre Guido, de 63 años, se empeña para que estas jóvenes vidas puedan experimentar el calor, el afecto y la seguridad de una familia y construirse un futuro digno. Por esta razón organiza cursos profesionales y sostiene económicamente a los que deseen ir a cursos en otras estructuras o poner en marcha pequeñas empresas propias. Además, cuida a los niños y jóvenes con discapacidades, en particular con Síndrome de Down, tratando de favorecer principalmente su inserción escolar: «Desgraciadamente en este país la discapacidad es, a menudo, considerada como una vergüenza o una maldición», subrayó. «La sociedad no está lista para acoger con serenidad a los discapacitados, para quienes, efectivamente, están cerrados las escuelas y el mundo del trabajo».

 

Un largo viaje

En la Aldea ofrecen sus servicios normalmente treinta personas cristianas y musulmanas, además de varios voluntarios que en los últimos años han ido aumentando progresivamente: «Trabajamos juntos en armonía, la pertenencia religiosa no es motivo de división, compartimos la misma visión de la vida y nos acomuna un único objetivo: cuidar a estas jóvenes vidas heridas y ofrecerles un futuro bueno», prosigue el padre Guido. «A menudo digo –añade– que quien quiere hacer un “sprint” corre solo, en cambio quien quiere hacer un viaje largo debe estar con los demás. Quien en Kazajistán (donde el viento del capitalismo y del consumismo de origen occidental sopla fuerte) se plantea como único objetivo tener éxito y acumular dinero rápidamente, corre solo (y muchos tratan de hacerlo); quien, por el contrario, desea construir algo estable, duradero y que dé beneficios para la sociedad entera tiene que trabajar con los demás. Creo que las personas sinceramente religiosas (de diferentes religiones) que viven y trabajan juntas en paz pueden enseñarle al mundo precisamente esto: para convertir el propio país en un lugar que sea bello para todos, hay que trabajar juntos. Es lo que tratan de hacer muchos en Kazajistán, en donde los musulmanes constituyen el 70-75% de la población, los ortodoxos el 20-25% y los católicos son solamente una pequeña grey de unos 50 mil fieles».

 

Los proyectos de la Caritas para discapacitados

El padre Guido, de la diócesis de Almaty, también es director de la Caritas diocesana y, desde abril del año pasado, de la Caritas nacional. Ha puesto en marcha diferentes proyectos en ámbito social y sanitario, además de haber creado un programa de apoyo a personas con discapacidades y para sus familias. «La acción de la Caritas es doble: por una parte, desempeñamos una obra de sensibilización difundiendo videos y textos que ofrecen una mirada diferente sobre la discapacidad con el objetivo de cambiar la mentalidad de la población; por otra, acompañamos a las familias de los discapacitados para ayudarlas a que cuiden a sus chicos de la mejor manera posible. Actualmente también estamos tratando de poner en marcha una colaboración estable con fisioterapeutas italianos que puedan intervenir en todo el país y formar a los fisioterapeutas locales». En Almaty la Caritas acaba de abrir un centro en el que se llevan a cabo encuentros de formación para padres de niños y chicos con Síndrome de Down. Este proyecto también se está extendiendo a otras ciudades del país. «Por ahora estamos siguiendo a más de 400 niños y cada día llegan más: obviamente son tanto cristianos como musulmanes», explica el padre Guido. «Las familias de religión musulmana con las que nos encontramos no muestran prejuicios, sino una sincera apertura hacia nosotros y, cuando experimentan nuestra desinteresada dedicación, las relaciones se hacen muy buenas. En calidad de director de la Caritas he tenido ocasión de encontrarme con varios imanes y también con ellos tengo relaciones serenas».

 

En la vida cotidiana

Cada tres años, se lleva a cabo en la capital, Astana, un encuentro interreligioso promovido por el presidente, Nursultan Abishevich Nazarbayev, en el que participan musulmanes, ortodoxos, católicos y representantes de otras religiones: «Se trata de un encuentro que se inspira en el de Asís organizado por Juan Pablo II, que, en 2001, vino a visitar Kazajistán», recuerda el padre Guido. «El Estado se compromete mucho en la promoción de la pacífica convivencia entre todos los ciudadanos, organizando también otros momentos de encuentro que permitan que las personas se conozcan, afronten juntas los problemas y busquen soluciones compartidas. Naturalmente, para edificar una sociedad unida solamente los momentos institucionales no son suficientes: se requiere vivir el respeto, e espíritu fraternal, la apertura hacia el prójimo en la vida cotidiana, evitando encerrarse en el propio caparazón. Desgraciadamente es un riesgo que corren todas las diferentes comunidades étnicas y religiosas que viven en el país, incluida la católica. Es justo tratar de mantener las propias tradiciones, la propia cultura, pero es un error encerrarse frente a los demás y vivir en la sospecha y en la desconfianza».

 

“Ven y ve”

Entre todos los episodios que se podrían citar sobre las relaciones entre los cristianos y los musulmanes, el padre Guido elige uno particular: «Cuando, en una ciudad muy lejos de Almaty, inauguramos un centro para familiares de niños con Síndrome de Down, primero hicimos un encuentro vía Skype. Entre los familiares presentes había una señora musulmana, con el velo: una mujer muy buena, que hacía preguntas pertinentes. Estaba convencido de que era la mamá de la niña sobre la que me hablaba. Un día, durante el encuentro, esta señora dijo que era la abuela de la pequeña y me presentó a su hija, que ese día la estaba acompañando. La abuela, visiblemente contenta, me la presentó diciendo: “Mi hija, a la que no le interesaba participar, una tarde me preguntó por qué después de los encuentros yo siempre estaba contenta y entusiasta. Le respondí: «ven y ve»”. Pues bien, nosotros los cristianos conocemos bien esa frase y me sorprendió y conmovió profundamente. Es un pequeño episodio, pero para mí es muy significativo a veces son las personas de otras religiones o las que están alejadas de la Iglesia las que nos recuerdan cuál es el corazón de la experiencia cristiana, las que nos vuelven llamar a lo esencial. También esto puede nacer de una relación sana entre personas de diferentes religiones».

 

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