El ajuste más plebiscitado de la historia

El ajuste más plebiscitado de la historia

Más del 40 por ciento en todo el país, 11 provincias -incluidas las cinco más grandes-, una victoria clara en el territorio madre de todas las batallas, cuatro o cinco figuras que se ponen el traje de presidenciables y la fumigación de cualquier cabecilla peronista que intentaba asomar como nuevo líder. Los números de Cambiemos impresionan, baten récords de sur a norte y perfilan un proceso para muchos inédito.

Por: DIEGO GENOUD.

Una fuerza que hasta hace dos años era una excepción municipal hoy conduce una alianza de gobierno que se expande con un respaldo social sorprendente para un experimento que no es peronista y que tampoco es radical, aunque cobije a figuras criadas en la UCR. Para encontrar antecedentes de “un equipo imparable”, como el que emocionó anoche a María Eugenia Vidal, hay que remontar la historia hasta la primavera alfonsinista de hace 32 años.

En lo político, se trata de millones de votos en busca de avalar el “cambio en la cultura del poder” que pregona Marcos Peña, y aprovechar la “oportunidad histórica” de un gobierno conducido por un staff de empresarios que anuncia el combate contra las mafias mientras avanza hachando toda forma de peronismo.

En lo económico, es la convalidación imprescindible para el ajuste que Cambiemos necesita hacer y le exigen a gritos los juglares del poder económico. La transición accidentada entre el kirchnerismo y el macrismo generó cambios repentinos, pero también mantuvo una serie de continuidades en lo económico que impidieron una reedición de las crisis violentas que sedimentan la memoria popular.

“El kirchnerismo para chetos, prolijos o de buenos modales” que le critican a Mauricio Macri fue a las urnas y ganó una vez más. Si los millones de argentinos y argentinas que eligieron la boleta oficialista lo hicieron para pedirle al Presidente que siga por la senda de su gradualismo sui generis o para que acelere con las reformas y el ajuste, será materia de interpretación.

Algo parece claro: las mayorías que construyó el macrismo consideran que es necesario salir de la trampa del populismo, dejar de financiar con fondos estatales la fiesta de sectores inviables y -también- hacer y pagar el ajuste para encarar un proceso económico más virtuoso y sustentable, según el diccionario que el oficialismo envía como spam a los hogares argentinos. Pocas veces como en estas elecciones, el ajuste por venir recibió un consentimiento social de esta envergadura. Más allá de las virtudes que se le pueda reconocer, sólo décadas de fracasos ajenos pueden explicar el éxito que hoy envuelve al macrismo.

Si ese ensayo es viable en lo económico y se consolida, tendrá razón el Presidente cuando dice que el gobierno de los CEOS conduce a la generación que viene a cambiar la historia. Tal vez también Cristina Kirchner, cuando afirma que estamos frente a una enorme e inédita concentración de poder, aunque para muchos resulte evidente que su fugaz 54% concentraba bastante más.

CONDENADOS AL ÉXITO. Después de 12 años de un proyecto económico que fue apagando su motor, dejó de crecer a tasas chinas y terminó ahogado por límites estructurales y políticos, una mayoría social apostó a otro modelo cultural, político y –también- económico conducido por un ingeniero que nació tarde a la política. Primero le dijo no al heredero deforme de CFK y ahora acaba de revalidar el sendero que trazó Macri. Cuántos que nutrieron aquel 54% hoy son parte del optimismo amarillo también puede revelarse como un indicador interesante del cambio de época.

A un lado y al otro lo reconocen: el gradualismo oficial desde diciembre de 2015 se sostuvo en el endeudamiento récord. 72 mil millones de dólares, según el Ministerio de Finanzas. Con una deuda que ya es igual al 60 % del PBI, en la Casa Rosada admiten que no hay otro camino que reducir el déficit: en el lenguaje todavía prohibido, ajustar.

Esta misma semana, la victoria se traducirá en el buen humor y las sonrisas que mostrarán hombres y mujeres del oficialismo en los livings amables de la televisión. Pero, además, en la seguidilla de aumentos en las naftas, la luz y el gas que irán drenando hacia los bolsillos de una sociedad que sabe lo que vota, aunque le duela, detrás de la esperanza de un país atendido por dueños que "no necesitan robar", contemplan la existencia de pobres y premian a los de siempre. 

Sin necesidad de recurrir a la vía del golpe de Estado, como era costumbre, ni apelar a una identidad prestada como en los años noventa, se consolida la alianza de derecha con más vocación de poder y respaldo popular de la historia argentina. Cambiemos está hoy habilitado para hacer la jugada que crea más conveniente. Cuál será la profundidad del ajuste que encare dependerá de varios factores: el criterio que prime en el Gobierno después del aluvión de votos que acaban de sumar, los límites que imponga la negociación con el disminuido peronismo institucional, el rechazo social que genere el ajuste y también la voluntad de los mercados para seguir engordando la deuda argentina.

Quizás alguien en la Casa Rosada repare en la opinión de Pablo Gerchunoff, el lúcido economista que -desde el apoyo crítico a Cambiemos- elogia el gradualismo y la prudencia, como única vía de no poner en riesgo el triunfo electoral e impedir, al mismo tiempo, que en Argentina estalle todo: “Hay un conflicto muy tenso entre una Argentina que quiere incorporarse a la globalización y un bloque social que no tiene fuerza para proponer un patrón de crecimiento distinto pero sí para impugnar el camino de la modernización. ¿Qué pasa cuando una fuerza irresistible se enfrenta con una resistencia incontenible? Es la Argentina del empate conflictivo”, le dijo a El País de España, antes de las elecciones. Desde otra mirada, un economista respetado como Eduardo Basualdo -que respalda a Cristina Kirchner- afirmó hace dos semanas ante la Agencia Paco Urondo: “Son gradualistas porque no pueden hacer otra cosa. Van pidiendo los límites sociales”. Qué van a hacer ahora, que los límites sociales parecen cada vez menos, es la pregunta que empezará a responderse en un abrir y cerrar de ojos. El plebiscito dijo Sí. Se puede.

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