El acuerdo China-Vaticano en la mira de los círculos clericales y político mediáticos

El acuerdo China-Vaticano en la mira de los círculos clericales y político mediáticos

Imposiciones y restricciones soportadas por las comunidades clandestinas alimentan críticas al acuerdo. En realidad, los contactos entre Roma y Pekín representan un instrumento eficaz para resolver gradualmente los problemas pendientes

El cardenal Jopseh Zen Ze-kiun espera que, en el caso de que el Papa se haya equivocado al aceptar un acuerdo con la China popular sobre el nombramiento de los obispos, sea el mismo Papa quien admita «su error». Y si esto no sucede, el cardenal de 86 años espera que «el próximo Papa indique el error» que cometió su predecesor. Después de que su guerra preventiva en contra de ese mismo acuerdo no alcanzara el objetivo deseado, el obispo emérito de Hong Kong proyectó sus argumentos sobre los escenarios futuros y los próximos Cónclaves. Encomendó a algún Papa del futuro su deseo de que se archiven como descuidos accidentales y reversibles los pasos que ha dado la Santa Sede en relación con el “dossier” chino durante la época del Papa Francisco. 

 

 

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El cardenal salesiano de Hong Kong compartió sus deseos en una reciente entrevista publicada por la agencia Ucanews, en la que reconoció que, como sea, la decisión final está en manos del Papa, por lo que incitó a los «hermanos del Continente» a ser valientes, «sin rebelarse». Al mismo tiempo, se obstinó en acusar insensata e infamantemente a los colaboradores del Papa (empezando por el cardenal Secretario de Estado, Pietro Parolin). 

 

A dos meses de su firma, y prima de ser aplicado y medido con base en sus efectos concretos, el acuerdo provisional entre la Santa Sede y el gobierno de Pekín sobre los futuros nombramientos episcopales chinos sigue provocando las críticas de los circuitos político mediáticos occidentales. Recientemente, guiados por el diputado Sir David Amess, un puñado de católicos del Reino Unido (en donde los obispos anglicanos son nombrados por la Reina Isabel) dio a conocer mediante la revista británica “The Catholic Herald” el «profundo desconcierto» que sintieron al enterarse del acuerdo provisional, que, en su opinión, permitirá que «el gobierno chino oficialmente ateo» tenga un papel en la elección de los obispos católicos, en un tiempo en el que los católicos chinos «están soportando la represión más dura desde hace décadas». 

 

El “viaje” del obispo Shao 

 

Los aspirantes a liquidadores del acuerdo provisional entre China y la Santa Sede citan casos de persistentes imposiciones ejercidas por los aparatos políticos locales contra miembros de las comunidades chinas llamadas “clandestinas” (las que tratan de huir de las reglas y del control impuesto por la política religiosa gubernamental). El pasado 9 de noviembre, refirió la agencia Ucanews, algunos miembros de los aparatos políticos fueron a detener a Pedro Shao Zhumin, obispo auxiliar de Wenzhou y que no cuenta con el reconocimiento del gobierno (“clandestino”), y se lo tuvieron durante días, tratando, presumiblemente de convencerlo para que acepte los procedimientos y los instrumentos de la política religiosa gubernamental. Algunos sacerdotes de la comunidad clandestina de esa ciudad confirmaron que los funcionarios de los aparatos gubernamentales no fueron agresivos con el obispo, que debería volver a su casa dentro de poco. Shao (confirmaron fuentes de Ucanews) se puso de acuerdo con los funcionarios del gobierno sobre el día para que comenzara su viaje. Y pidió que lo postergaran hasta el 9 de noviembre, para poder ocuparse de sus compromisos ya programados. 

 

Frente a casa como el del obispo Shao, algunos fustigadores de las negociaciones sino-vaticanas parecen no lograr contener cierta euforia, mientras siguen presentando el trabajo de los representantes de la Santa Sede como una manifestación de debilidad frente a los aparatos que maltratan a las comunidades católicas chinas. Citan los casos de nuevas restricciones e imposiciones que sufren en China eclesiásticos y comunidades católicas, y los presentan como “pruebas aplastantes” de que el reciente acuerdo provisional entre China y el Vaticano no podrá producir nada positivo para la condición de los católicos chinos. 

 

En realidad, precisamente la cortina de humo de críticas que han descargado sobre el acuerdo entre el gobierno chino y la Santa Sede oculta datos y elementos esenciales para apreciar lo que de verdad está sucediendo en estas negociaciones sobre la condición anómala de la Iglesia en China. Se llama la atención sobre imposiciones que sufren diferentes comunidades católicas chinas, precisamente cuando queda claro que los próximos pasos en el camino del diálogo se irán encargando de los problemas de los obispos y de las comunidades clandestinas (empezando por los problemas relacionados con su reconocimiento por parte de las autoridades civiles). Los críticos apuestan por que caiga en el olvido mediático el resultado objetivo del acuerdo que se firmó el pasado 22 de septiembre. Y, sobre todo, excluyen de sus invectivas cualquier referencia a los criterios y al espíritu que guiaron y guían a la Santa Sede en las negociaciones con la República Popular china. 

 

La brújula de los Papas 

  

Todas las palabras que han usado el Papa Francisco y sus colaboradores sobre la cuestión china dejan claro que el primer acuerdo provisional con Pekín fue suscrito por la Santa Sede para custodiar la naturaleza apostólica y sacramental de la Iglesia china. En la República Popular China, las ordenaciones ilegítimas de los obispos, celebradas sin el mandato pontificio bajo presión del poder político, han alimentado durante décadas la división, incluso sacramental, entre las comunidades católicas chinas. Esa fue la primera “hemorragia” de confianza y esperanza que había que remediar, para poder después pasar a la solución de otros problemas. Y, teniendo en cuenta los hechos, las implicaciones del acuerdo provisional de por sí implican cambios objetivos y sustanciales para la condición del catolicismo chino. A partir de ahora, en China ya no habrá obispos ilegítimos. Los nuevos obispos serán nombrados por el Papa, reconocido por todos como líder de la Iglesia. En la elección de los nuevos sucesores de los apóstoles en China se garantizará la plena fidelidad a la sustancia de la Tradición y dela gran disciplina de la Iglesia. A ninguna consciencia católica se le ocurriría desconocer o minimizar los efectos del acuerdo que van a tocar estos rasgos propios de la naturaleza apostólica y sacramental de la Iglesia. Los mismos que los católicos chinos han seguido reconociendo y confesando, incluso en tiempos de la persecución más cruenta. 

 

El martirio de la paciencia 

 

El acuerdo con China fue suscrito por la Santa Sede con esperanza y trepidación, pero sin ningún tono triunfalista. Tampoco los colaboradores del Papa más involucrados en el diálogo con los chinos (empezando por el cardenal Parolin) nunca han atribuido al acuerdo el poder taumatúrgico de solucionar de un soplo todos los males y problemas que contribuyen para que sea anómala y sufrida la condición del catolicismo chino. Todos han reconocido que habrá nuevos accidentes en el camino. Todos afirmaron sin dudas que los nudos pendientes son muchos y que habrá que ir afrontándolos uno a uno. Todos están conscientes de que nadie tiene en el bolsillo soluciones prefabricadas para superar las dificultades y los contrastes que han provocado una especie de gangrena durante décadas. Pero todos confían en que precisamente los canales de contacto con las autoridades chinas (que probablemente involucraron niveles influyentes del poder chino, como el Frente Unido, aparato clave en el sistema nacional) son un instrumento útil para tratar de resolver gradualmente, un paso a la vez, los problemas pendientes. 

 

El Papa y la Santa Sede no olvidan a nadie. Mucho menos a las comunidades católicas chinas que deben afrontar los desafíos de hoy. El método gradual utilizado en los contactos con el gobierno chino no deja ninguna cuestión controvertida fuera, busca soluciones compatibles tanto con las exigencias de control político de las autoridades civiles, como con la naturaleza propia de la Iglesia. Ambas partes se comprometieron a no abandonar la mesa de las negociaciones y a no tomar decisiones unilaterales sobre los problemas pendientes. Por este motivo, los contactos representan el instrumento más directo para intervenir y pedir cuentas de los casos en los que miembros del clero chino sean sometidos a restricciones indebidas por parte de las autoridades locales. 

 

Los representantes de la Santa Sede toman nota de que el trabajo más difícil en las relaciones con el gobierno chino está comenzando ahora. Proceden no siguiendo impulsos imprudentes o con ingenua confianza en las propias habilidades para negociar. Parecen resueltos solamente porque reconocen que el camino emprendido es el que sugiere una mirada de fe sobre los eventos de la historia. Ese que conviene seguir si verdaderamente se quiere ayudar a las comunidades católicas chinas vivas y sobrantes en las condiciones en las que vive la China de hoy, tal y como es. 

 

En la realidad actual de la República Popular china muchos obispos, sacerdotes, religiosas y fieles (y no solo de las llamadas comunidades “clandestinas”) experimentan día a día el “martirio de la paciencia” en la relación con tenaces aparatos políticos y administrativos. Pero el caso de la catolicidad china demuestra que, a pesar de todas las condiciones externas, la vida eclesial puede florecer, y también que las situaciones más hostiles, con el tiempo, pueden evolucionar para bien. Ya ahora, en gran parte de las diócesis chinas, las autoridades locales, incluso con la petición de someter todo al registro y a la autorización política, no frenan el crecimiento por gracia de la iglesia, como demuestran cada año las multitudes de nuevos bautizados. 

 

El camino martirial de la Iglesia y las operaciones de “cordadas” 

 

Los representantes de la Santa Sede saben que han sido llamados a decisiones delicadas, sobre cuestiones condicionadas por ambivalencias, por pretensiones y fragilidades humanas que acompañan cualquier proceso histórico real. Pero no se mueven con base en opiniones personales. La dirección y los criterios que siguen son los mismos que ya han tenido en cuenta y que han afinado en sustancial continuidad los Papas y la Sede Apostólica en las últimas décadas, mientras se iba conociendo mejor también en Roma la condición real de la Iglesia católica en China, después de los años de la Revolución Cultural. Fue Juan Pablo II el que legitimó y acogió en primer lugar la plena comunión a los obispos chinos que habían sido ordenados sin el mandato pontificio. Ya desde entonces, no se les pidió que abandonaran los organismos creados por la política religiosa del gobierno para controlar a la Iglesia, como la Asociación Patriótica de los Católicos Chinos. 

 

Los criterios que ha seguido la Santa Sede para acompañar el camino y el crecimiento de la Iglesia en China son, sustancialmente, los mismos que guiaron a la Sede Apostólica en relación con la China moderna desde la época de la Carta apostólica “Maximum Illud”. Benedicto XV publicó ese texto en 1919, también para acabar con las maniobras de congregaciones e institutos misioneros occidentales que parecían tener en cuenta más los intereses coloniales de las respectivas naciones a las que pertenecían que el bien de las Iglesias nacientes en los países de misión. También ahora, como entonces, las decisiones de la Santa Sede parecen surgir de la intención de favorecer todo lo que pueda ayudar a salvar las almas de los católicos chinos y de sus compatriotas. Un criterio que está por encima de cualquier otra consideración de tipo político o geopolítico, incluso en las negociaciones con las autoridades civiles que gobiernan la China de hoy, tal y como son. 

 

Los pequeños inquisidores de teclado que atacan el acuerdo entre China y el Vaticano también tratan de ocultar la sustancial continuidad en los criterios que ha seguido la Santa Sede sobre la cuestión china. Además de ocultar los efectos reales del acuerdo con China sobre los nombramientos episcopales —que el mismo Benedicto XVI deseaba, como se lee en la carta a los católicos chinos de 2007—, creen poder imponer como propaganda la idea de que se trata de una eventualidad efímera y reversible, vinculada con una determinada sensibilidad eclesial. Mientras tanto, mantienen vivo el fuego de las polémicas en contra del acuerdo entre China y el Vaticano, tratan de disminuir su alcance, presentándolo como un efecto fugaz de una tendencia vaticana “pro tempore” expuesto a potenciales replanteamientos y arrepentimientos que se llevarían a cabo mediante operaciones de política eclesiástica (a medio o largo plazo cuando se convocarán futuros Cónclaves). 

 

Apostando por el fracaso 

 

En los últimos lustros, la bandera de las críticas militantes contra el acuerdo Pekín-Santa Sede ha garantizado visibilidad mediática a los que la agitaban. Esos mismos “creadores de opinión” ahora parecen entrever el fracaso de las negociaciones sino-vaticanas, como si se tratara del modelo de los negociantes que invierten las propias rentas apostando por las crisis económicas en los países que corren el riesgo de caer en la bancarrota. La foga con la que estos aspirantes a “influencer” quieren demostrar que no ha cambiano nada para las comunidades católicas después del acuerdo se parece en cierto sentido a las consignas de los aparatos chinos, ocupados en repetir que para la Iglesia en China todo sigue y seguirá como antes. Utilizan el mismo lenguaje sobre todo los que en el esquema del “conflicto permanente” entre la Santa Sede y las autoridades chinas iban ganando cierta relevancia y estatus político social. Y tal vez también esta curiosa “convergencia entre opuestos” es un indicio de que, de verdad, para la Iglesia en China, algo está cambiando. 

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