Abusos: las reglas ya existen y se deben aplicar

Abusos: las reglas ya existen y se deben aplicar

El objetivo es cambiar la cultura y la mentalidad clerical que ha encubierto y obstaculizado en vez de escuchar a las víctimas

No habrá nuevas directivas sobre el tema de los abusos ni Francisco está preparando un documento dirigido a los obispos para la lucha contra la pedofilia clerical. Fuentes vaticanas serias y confiables desmienten a Vatican Insiderque después de la inédita “Carta al Pueblo de Dios”, escrita a pocos días de distancia de la publicación del informe Pennsylvania, se dará a conocer velozmente un nuevo texto cuando el Papa vuelva de su viaje a Irlanda, como afirmaron diversos medios en los últimos días. El Papa considera que su carta es exhaustiva y que la Iglesia ya cuenta con los instrumentos normativos y las reglas necesarias para combatir a los culpables del crimen de abuso contra menores y determinar también la responsabilidad de los superiores que por negligencia u otros motivos no actúan de manera correcta, pensando en el bien de las víctimas.

En efecto, la “Carta al pueblo de Dios” del 20 de agosto pasado contiene indicaciones concretas y precisas que son espirituales y pastorales, y por lo tanto no tienen que ver con normativas, códigos o reglamentos. En primer lugar, el Pontífice recuerda que la herida de los abusos es una herida para toda la Iglesia y la respuesta debe ser unánime y compartida. Pide, para el futuro, compromiso y nuevas iniciativas «para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse». Constituye un respaldo al trabajo de la Comisión Vaticana y al Centre for Child Protection (CCP) de la Pontificia Universidad Gregoriana, con una invitación dirigida a toda la Iglesia para que prosiga y trabaje con el objetivo de cambiar la cultura y la mentalidad clerical que durante décadas ha encubierto y obstaculizado en vez de escuchar a las víctimas.

Francisco escribe que «el dolor de las víctimas y sus familias es también nuestro dolor». Un dolor que se debe asumir, siempre. Sin considerar que estas personas son culpables de provocar escándalo o ensuciar el buen nombre de la institución eclesial. Sin alejarlas ni aislarlas, como lamentablemente ha ocurrido muchísimas veces. El Papa afirma que para la Iglesia las heridas de las víctimas «nunca prescriben», y pide que se asuma el problema «de manera global y comunitaria».

Si es verdad que hace falta un pueblo entero para educar a un niño, también es cierto que se necesita un pueblo entero para encubrir los abusos, como se desprende con claridad de la película “Spotlight” sobre el caso Boston: para que un abusador pueda cometer sus obscenos crímenes robando sacrílegamente el alma de los pequeños y los indefensos se requieren muchos encubrimientos: del que sabe y finge no ver, del que prefiere una vida tranquila y elige y mirar para otro lado, de los sistemas consolidados de poder clerical, de los lobbies… Francisco pide que todo el Pueblo de Dios se involucre para desarticular la cultura del silencio. Porque el abuso de poder es fruto del clericalismo y su continuidad se debe a que no ha sido aceptado el Concilio, especialmente la constitución fundamental Lumen gentium, que reconoce todo su valor al sacramento del bautismo y la importancia del Santo Pueblo fiel de Dios. Cualquier nostalgia clerical, tendiente a considerar que los sacerdotes forman una casta separada, termina favoreciendo actitudes que deberían pertenecer al pasado.

«Es imposible – afirma el Pontífice – imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida».

Más aún, en el párrafo central de su Carta, Francisco ofrece una respuesta concreta que es profundamente espiritual, pastoral y cristiana. La Iglesia toda debe ponerse en una actitud penitencial, dejándose «renovar desde dentro. Todo lo que se realice para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una participación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará genera las dinámicas necesarias para una sana y realista transformación. La dimensión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos como pecadores que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión».

El Papa ha pedido a toda la Iglesia, tanto a sus pastores como a todo el Pueblo de Dios, que reaccione con oración, penitencia y ayuno. Es importante subrayar que el modo de llevar a la práctica estas indicaciones concretísimas se deja en manos de las distintas Conferencias Episcopales, porque – por ejemplo – en Estados Unidos o Alemania puede ser más útil una jornada de ayuno, en Argentina la adoración eucarística perpetua y en otros países ambas iniciativas al mismo tiempo. Se puede pensar en una jornada nacional o en una semana de oraciones especiales y de encuentros para sensibilizar cada parroquia sobre el problema. En definitiva, hay indicaciones concretas y habrá que ver de qué manera, en las próximas semanas, las Conferencias Episcopales toman en serio la Carta del Papa.

En cuanto a las esperadas nuevas normas contra la pedofilia, se hace notar que sí se pueden hacer algunos pequeños ajustes al Código de Derecho Canónico, porque actualmente otorga poco espacio a la voz de las víctimas. En los procedimientos puntuales y de emergencia contra los abusadores – que implementó el entonces cardenal Ratzinger a principios de los años 2000 y fueron perfeccionados con ulteriores procedimientos de urgencia en 2010 por el mismo Ratzinger, siendo ya Papa – se pueden hacer ajustes mínimos para subsanar, por ejemplo, cierto desequilibrio entre el procedimiento judicial y el administrativo contra el sacerdote abusador a propósito del resarcimiento de daños.

Para afrontar estos odiosos crímenes – que antes de ser crímenes sexuales se configuran como abusos de poder de parte de personas que ejercen cierta influencia y autoridad sobre las víctimas – las reglas ya existen. Los obispos saben cómo deben actuar, saben cómo informar a la Congregación para la Doctrina de la Fe los casos con fundada sospecha, saben – porque han tenido el ejemplo constante de dos Papas – que las víctimas no se deben rechazar, desacreditar ni alejar, sino que deben ser escuchadas, acogidas, reconfortadas, ayudadas a iniciar procesos que les permitan, a ellas y a sus familias, reconstruir las vidas destruidas.

Con respecto al tema de la accountability, la responsabilidad de los superiores que actuaron con negligencia, también existen todas las normas necesarias. En el Código de Derecho Canónico, canon 1389 – §1, ya está previsto que: «Quien abusa de la potestad eclesiástica o del cargo debe ser castigado de acuerdo con la gravedad del acto u omisión sin excluir la privación del oficio, a no ser que ya exista una pena establecida por ley o precepto contra ese abuso». Como se puede ver, especifica que el motivo también puede ser la “omisión” y no solamente el dolo. El arma jurídica contra la negligencia ya se encuentra en el Código de 1983.

Sin embargo, el 4 de junio de 2016, el Papa Francisco profundizó el tema con el motu proprio “Como una madre amorosa”, dedicando un documento específico a la responsabilidad de los obispos y superiores eclesiásticos: «El Derecho Canónico – afirma – ya prevé la posibilidad de remoción del oficio eclesiástico “por causas graves”: esto se refiere también a los obispos diocesanos, a los eparcas y a quienes están equiparados por el derecho (cfr can. 193 §1 CIC; can. 975 §1 CCEO). Con la presente carta quiero precisar que entre las llamadas “causas graves” se incluye la negligencia de los obispos en el ejercicio de su oficio, en particular cuando se refiere a los casos de abusos sexuales cumplidos contra menores y adultos vulnerables». Para la destitución de un obispo, de un eparca o de un superior religioso, «en el caso se trate de abusos contra menores o adultos vulnerables es suficiente que la falta de diligencia sea grave». Además, en la declaración del director de la Sala de Prensa del Vaticano Greg Burke, publicada el 16 de agosto de 2018 a la noche, se afirma: «La Iglesia debe aprender duras lecciones de su pasado y debería haber asunción de responsabilidad tanto por parte de los abusadores como por parte de los que permitieron que se produjera».

La convocatoria al Pueblo de Dios para que todos se hagan cargo del problema es también, en el fondo, una invitación a la vigilancia. Están todas las normas para proceder de oficio en el caso de obispos que hayan faltado gravemente en la protección de los niños, que hayan encubierto u obstaculizado. La novedad del informe Pennsylvania consiste, lamentablemente, en la narración de los casos, de los abusos. Es una nueva y pesada tanda de horrores ocurridos desde 1947 hasta la actualidad. Sin embargo, no se debe olvidar que desde 2002 en adelante los casos se reducen drásticamente. Eso significa que estamos hablando del pasado – la mayoría de los sacerdotes abusadores ya ha fallecido – aunque es un pasado que no pasa ni pasará mientras sigan estando las víctimas con sus vidas destruidas y sus heridas abiertas. Pero hay que recordar que se está hablando del pasado y que desde entonces, gracias al cardenal Ratzinger y a Juan Pablo II, y sobre todo gracias a Benedicto XVI y hoy a Francisco, se han hecho significativos e importantes avances. En las normas, en la cultura y en el cambio de mentalidad. Una cultura y un cambio de mentalidad que lamentablemente todavía no ha llegado a ser común y compartido en toda la Iglesia.

Por último, existe sin duda un problema de homosexualidad en la Iglesia. La cantidad de seminaristas homosexuales que se ordenaron sacerdotes sin que su opción por el celibato estuviera “resuelta”, es impresionante. Casos, incluso recientes, de pandillas y mini lobby gay en los seminarios significa que es una plaga de la que ciertamente no está exento ni el mismo Vaticano. Cuando inauguró la última asamblea general de los obispos italianos, Francisco invitó a no abrir las puertas a seminaristas homosexuales, siguiendo en esto directivas ya existentes. Pero no es correcto afirmar que el problema de los abusos contra menores es un problema de homosexualidad, utilizando como prueba el hecho de que un número considerable se habría cometido contra jóvenes varones adolescentes. No. La homosexualidad es una cosa y el abuso contra menores, otra. El abuso es, en primer lugar, un abuso de poder y de conciencia, perpetrado contra una víctima menor de edad que es transformada en objeto. La mayoría de los abusos contra menores se produce en el ámbito familiar (el 60 por ciento), luego en las organizaciones deportivas, en la escuela, etc. Se configura siempre como un crimen cometido por alguien que nunca se puede considerar como un par de su víctima.

Por esa razón resultan patéticos los intentos, de parte de la galaxia de sitios que se proclaman católicos y contrarios al Papa, así como de vaticanistas con la memoria corta, de atribuir toda la responsabilidad de la crisis actual al Papa Francisco, emprendiendo una batalla selectiva solamente contra las personas que suponen “cercanas” a él y olvidando cuándo y cómo esas personas – obispos y cardenales – fueron nombrados. Y olvidando asimismo que durante décadas no se ha combatido cierta cultura, ni siquiera de parte de la cúpula romana de la Iglesia Católica. Casos tristes, como el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, por dar un ejemplo. Y finalmente, también resulta ridículo el intento de adjudicarle al actual Pontífice la presencia homosexual dentro de la Iglesia y del Vaticano: solo es posible hacerlo sacrificando la realidad de los hechos, la historia y las fechas. Olvidando necesariamente los últimos cincuenta años de historia.

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