Abusos; el dolor de las víctimas “matadas” dos veces

Abusos; el dolor de las víctimas “matadas” dos veces

Las palabras de Cruz, Hamilton y Murillo con la prensa internacional después de los días que pasaron con el Papa Francisco: «los encubridores hacen más daño que Karadima»

¿Puede haber algo peor, más corrupto y criminal que un sacerdote que, gracias a su posición de poder y a su influencia, abusa sexualmente de niños y adolescentes? ¿Puede haber algo peor que este crimen, que este pecado, que este delito que «mata el alma» (derechos reservados de monseñor Charles Scicluna) de las víctimas? ¿Puede haber algo peor que quien escandaliza a los pequeños, a los inocentes, a los más débiles, y que, en lugar de hacer que crezcan en la fe, los aniquila arruinando sus vidas? Quien estuvo pendiente de la conferencia de prensa del pasado 2 de mayo en la que leyeron una declaración Juan Carlos Cruz, James Hamilton y José Andrés Murillo, las tres víctimas del sacerdote pederasta chileno Fernando Karadima y que fueron recibidas por el Papa Francisco durante el fin de semana pasado, pudo escuchar una respuesta tremenda e iluminadora. 

  

Hamilton, al responder qué le habría gustado decirle a Karadima si hubiera estado frente a él en ese momento, respondió que a Karadima no le querría decir nada. Pero indicó que le gustaría decirle a los obispos que encubrieron a Karadima que el peor daño no fue el que le hizo Karadima, sino el que le hicieron ellos. «Me mataron de nuevo cuando fui a pedirles ayuda, cuando estaba muriendo dentro y ellos hicieron de todo para matarme una segunda vez. Son unos criminales». 

  

Aunque podría parecer extraño (¿cómo es posible comparar concretamente el abuso sexual con el encubrimiento?), lo que esta víctima de abusos percibió fue que lo habían “matado una segunda vez”. Por lo que afirmó que hay quien puede ser peor que un sacerdote pederasta. Un superior, un obispo que en lugar de acoger, escuchar, consolar a la víctima que denuncia el abuso, se niega a recibirla. Se niega a encontrarse con ella. La considera un «enemigo» del buen nombre de la Iglesia, minimiza sus palabras considerándolas calumnias antes de haberlas escuchado. No cuida al niño, al chico, al adolescente o al hombre devastado, que pide, antes que nada, ser tomado en consideración, acogido, sostenido y ayudado. Lo rechaza y, en lugar de proteger a la víctima, protege al criminal, es decir al sacerdote que cometió esos abusos que el mismo Papa Francisco ha comparado con sacrificios satánicos. 

  

No se puede entender esta historia chilena, ni la de muchos otros países en los que esta plaga (o esta «epidemia», para usar la expresión que utilizaron las tres víctimas de Karadima) está extendida, sin comenzar por el sufrimiento de los abusadores. Sufrimiento que por culpa de los encubrimientos se ha vuelto aún más terrible, hasta el punto de que parezcan peores los encubrimientos que la misma experiencia de los abusos. 

  

Lo que se puede deducir de las experiencias de estos tres hombres, cuyas vidas fueron destruidas por la rapacidad del padre Karadima y por la vergonzosa actitud de quienes lo encubrieron, garantizándole inmunidad e impunidad durante años, a pesar de las denuncias, es emblemático. Y explica cuán importantes son los gestos de acogida, de escucha, de cercanía. Así como cuán importante es que la herida no sea cauterizada de prisa y que la Iglesia chilena asuma esa conciencia penitencial que el Papa Francisco pidió al episcopado chileno en su carta. Sin rechazar las responsabilidades, sino reconociendo las graves faltas cometidas en primer lugar a la hora de haber rechazado a estas víctimas de abusos, abusando nuevamente de ellas. 

  

«Durante casi 10 años hemos sido tratados como enemigos porque luchamos en contra del abuso sexual y el encubrimiento en la Iglesia. En estos días conocimos un rostro amigable de la Iglesia, totalmente diferente al que conocíamos antes», afirmaron Cruz, Hamilton y Murillo en su declaración. Sorprende que esa atención y esa acogida que no pudieron experimentar en su país natal la hayan encontrado en el Vaticano, visitando al sucesor de Pedro. «Para mí fue un encuentro muy grato, muy reparador, creo que su perdón es muy sincero». Y añadió que, sobre las reuniones con el Papa, tuvo la sensación de que no estaban «ante un hombre soberbio», pues «reconoció que se equivocó y ese el signo de que es un hombre infalible. Nos encontramos ante un ser humano». 

Juan Carlos Cruz, por su parte, dijo que «con el Papa hablamos mucho y de varios temas. Nunca vi a alguien tan dolido cuando pide perdón como él: el Papa fue muy solemne, estaba también muy emocionado y me dijo “Yo fui parte del problema, yo causé esto y te pido perdón”». Ahora el perdón exige acciones en el futuro, añadió, por lo que «le pedimos al Papa que no le tiemble la mano ante los crímenes y la corrupción«. 

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